a duras penas se mantiene.
Mis párpados se levantan
En dispositivos móviles ir al final y darle a "ver versión web"
Siempre se sentaba en la última fila, en un rincón próximo a la ventanilla. Pasaba a mi costado, pero no me veía. Solo ocasionalmente nuestras miradas se cruzaban y mi alegría se desbordaba cuando sucedía. El solo hecho de verla me llenaba de ternura y unos deseos irrefrenables de hablarle me acometían, pero no lo hacía. Mi timidez con las mujeres se interponía entre ella y yo. ¡Cuánto hubiese deseado siquiera darle los buenos días!
Un año duró su estancia en el colegio. Solamente por un año pude verla. No la vi más luego de ese tiempo. Nunca supe qué fue de ella. No pude recordar ni siquiera su nombre, cuando en los momentos reflexivos y tristes de mi vida me puse a indagar en mis memorias. Lo que sí tengo grabado desde el primer día que la vi, y que hoy recuerdo, con cierto rubor, es su rostro. Su angelical rostro. Su forma de sonreír. Sus ojos cafés. Su lunar diminuto en el cuello. Y sus labios, sus finos labios de color rosa.
Siempre se sentaba en la última fila del autobús. Y no sé si solo era yo quien la miraba, pero estoy seguro que soy el único que la recuerda hasta el día de hoy.
(Cuento reescrito: “En la última” del 2009)