21 diciembre, 2010

El idiota

De lo poco que lo conocimos podemos afirmar que era un idiota. Quizás muchos nos contradigan y piensen aún hoy que era un santo, pero créanme, era un idiota.

Perteneció por un tiempo a una familia media, pero los casinos, convertidos en el nuevo hogar de su padre, los llevaron a él y a su madre a una casa humilde. Su padre moriría poco después, de un ataque cardíaco. Pero nada de esto influyó considerablemente en el ánimo de Fabio, ya que él se propuso de muy chico, ganar dinero y ser un magnate en la industria alimentaria. De esto podemos inferir que la comida había sido su pasión, pero no pudo ser chef, por el terror mismo a la cocina, causado por una quemadura de niño, según nos contó.

Toda su vida fue resumida en aquellas palabras, y aunque algunas experiencias contadas se me hayan olvidado, las más resaltantes están ya dichas.

De lo poco que lo conocimos, pudimos ver en sus acciones que era un idiota, de aquellos que eran tímidos al hablar con chicas, de aquellos que ayudaban en la misa e intentaban seguir al pie de la letra las enseñanzas de la religión, de aquellos que sufrían por los niños vendiendo caramelos en las calles y por los ancianos tirados en las aceras pidiendo limosnas. Así era él, así de idiota.

Tan idiota era, que al cumplir los dieciocho lo llevamos al prostíbulo. Ni bien llegó vio a las prostitutas y se afligió por ellas. Un amigo que se percató de ello le dijo con alegría: “¡hombre, si están haciendo su trabajo! es lo que más saben hacer” Y todos rieron. Pero no todo quedó allí, sino que a Fabio lo obligaron a “estrenarse”, y así fue encerrado en un cuarto con una joven de veintitantos, morena, de un metro sesenta, con senos que desbordaban a la perfección el vestido azul que la cubría, caderas bien formadas, siendo no una del montón, sino una diosa entre mortales. Aun así él se sentó en la cama y le dijo: “No quiero hacerlo, porque prefiero mantenerme casto, además de no querer ser partícipe de un negocio tan inhumano como éste”. Eso nos contó la prostituta, cuando le preguntamos, agregando además: “el maricón ese me pagó sólo por quedarme parada como una puta”.

Mis amigos se impacientaron al pasar una hora, ya que todos se decían que nadie podía aguantar tanto la primera vez, así que decididos entraron, y vieron al idiota, con expresión meditabunda. Lo levantaron de la camisa y lo botaron a golpes del local.

Después de ello no supe más de él por meses, hasta que me enteré que su madre estaba muriendo de a pocos, estaba ya desahuciada, tenía cáncer de pulmón. Fabio quería internarla, pero no había dinero. Le aconsejamos cuando lo vimos salir de la misa, que hiciera unos encargos, que era fácil y rápido, que no había complicaciones: llevar un paquete a tal lugar y llevar otro a aquél. Pero, no, aquel idiota no nos hizo caso y se fue.

Dos meses pasaron y nos enteramos que una banda nueva se había formado en el barrio. Se dedicaban a robar tiendas de abarrotes, lejos del distrito. No eran de temer. No eran de importancia, hasta que un día abrimos el periódico local:

“Cae banda delincuencial, después de extraño incidente. Los policías intentaron entrar a la tienda, pero entonces Fabio Riesco, alias “Fabinho” salió con las manos levantadas, pero el arma seguía en una de ellas, a lo que uno de los agentes actuó por instinto y le disparó dos veces, cayendo muerto al pavimento. Los demás delincuentes se tiraron al suelo dentro de la tienda. Es así como cae otra banda más en Lima.”

Tuvimos que esperar un mes para escuchar el testimonio de “los demás delincuentes” quienes eran compañeros de colegio. Nos dijeron que Fabio discutió con ellos cuando llegó la policía, diciéndoles que todo se había ido al carajo, que su suerte ya estaba echada, que Dios lo había castigado, hasta que se decidió en salir sin que sus compinches lo detuvieran, pero qué idiota él, ¡salir con un arma en la mano!, aún con las manos levantadas, es una idiotez. Y es así, es así cómo aquel idiota murió como debía ser, tras una idiotez.

13 diciembre, 2010

Chelmno, una historia para contar

(Historia basada en hechos reales)

El recuerdo era a veces, nítidamente doloroso, y por ello, recordar aquel campo era lo que menos querían hacer, pero la memoria traicionera los inducía a ello una y otra vez...

Chelmno sería el último lugar que visitarían, eso es lo que los uniformados les decían a los recién llegados. Y esta frase se quedaba marcada para todos aquellos que sobrevivían.

Allí en Chelmno dos judíos y tres polacos habían sido amigos mucho antes de que Hitler escribiera “Mein Kampf” y se encontraban hacinados ahora en aquel campo. A los dos judíos: Chaim y Mordechai se los trasladó del gueto de Lodz a Chelmno, mientras los tres polacos: Janna, Jarek y Aleksandr fueron detenidos en Polonia como prisioneros y enviados al mismo lugar.

Era 17 de enero de 1945, la noche helaba sus huesos, y el único calor que recibían, era el del látigo insensible en sus espaldas. Todos querían respirar el aire libre del campo, que estaba a unos metros del alambre de púas, pero lo único que sus narices lograban tragar era el tabaco de aquellos uniformes con distinciones tan frías como aquellos que las usaban.

No habían planeado nada para escaparse, no había espacios de tiempo para eso, los seres sin alma los vigilaban y les escupían si los encontraban hablando. Aquellos cinco amigos trabajaban con otras cuarenta y tres personas, entre judíos, polacos y gitanos. El 17 de enero en la mañana recibieron la noticia de que serían ejecutados todos; los cuarenta y ocho condenados al sufrimiento y a la opresión serían liberados porque un “cargamento” de judíos llegaría, siendo insuficiente el espacio para albergarlos a todos.

La noche llegó y los 48 destinados, primero a la muerte y luego a la libertad, fueron colocados de ocho en ocho para ser ejecutados al frente del alambre de púas, que cercaba el campo de exterminio. En la tercera fila estaban Chaim y Mordechai, en la cuarta Janna, Jarek y Aleksandr. Janna era la única que temblaba, a pesar de que Jarek le sujetaba fuertemente la mano. Y cuando los ocho uniformados estaban por apuntar a las cabezas de aquellos seres despojados de cualquier derecho se escuchó en la primera fila una fuerte y resonante voz:

Jerut!

Dicha esta palabra la primera y la segunda fila se abalanzaron a los uniformados, mientras que el encargado de dar la orden de ejecución hacía sonar su silbato de forma rápida, hasta que un martillo le rompió la nuca. Las seis filas anonadadas por el suceso sólo reaccionaron después de que los oficiales habían muerto: la primera fila se sacrificó y la segunda, con pequeñas “armas”, lograron hacerles ver su sufrimiento transformado en ira. Janna, Jarek y Chaim nunca supieron en qué momento pudieron organizarse. Pero lo que sí sabían y de lo que estaban seguros era que Dios estaba con ellos: en ese justo momento y por acto del cielo los uniformados no estaban en las torres que vigilaban los extremos del campo.

Todo hubiera sido un gran plan si no hubieran dejado tanto tiempo con vida al encargado de la ejecución. Es por ello que los de la segunda fila agruparon en dos grupos a los que no habían sido partícipes de la primera acción. Un grupo ayudaría a cortar los alambres de púas y el otro esperaría a los uniformados que llegarían a reocupar sus puestos en las torres.

Sin embargo el plan se olvidaba de los uniformados que vigilaban el campo. Y cuando ya habían terminado de romper suficiente alambre para salir, los vigilantes los sorprendieron por el lado izquierdo, obligando al grupo que cuidaba una torre a dispararles para que no mataran a los que estaban por salir. En ese grupo estaba Mordechai que murió por una bala en la cabeza. Chaim, Janna, Jarek y Aleksandr vieron morir a su amigo, pero no pudieron hacer nada más que seguir arrastrándose para salir del infierno.

Finalmente lograron salir treinta, pero los uniformados llegaron y ocuparon una torre disparándoles sin percatarse de que el grupo de la otra torre subía para defender a los que huían, y así sucedió, dándoles más tiempo de huir. Hasta que los veinte que quedaban escucharon disparos, presintiendo que ya no había más resistencia en el campo, que ya no tenían defensa en la torre. Y su presentimiento se hizo realidad cuando la torre derecha empezó a disparar, siendo uno de sus disparos dirigido a Janna, que había caído al suelo, pero Aleksandr habiéndose dado cuenta de ello se lanzó a protegerla. Tres balas lo mataron al instante, eso es lo que recuerda Janna.

De los cuarenta y ocho detenidos sólo lograron salir del campo treinta. De los treinta sólo escaparon tres de las torres y las minas. Desde aquel día Chaim, Janna y Jarek se reúnen para recordar sus momentos de amigos antes de 1940, cuando la vida no estaba sujeta al miedo y a la resignación.