16 febrero, 2016

Ahogarse en el camino (segunda parte)

Y la vida continuó. Pasaron varios meses desde la última visita de Laura a su antigua casa. Alberto creyó que por fin su exesposa había decidido rehabilitarse. Pero su creencia se convirtió en una amarga y angustiosa realidad cuando un martes, como cualquier martes, soleado y lleno de vida (al ser verano), su hija no salió del colegio cuando fue a buscarla. Desesperado, interrogó a su tutora, al director, pero lo único que obtuvo por respuesta fue que lo confundieron. Que la niña estuvo esperándolo como muchos niños (aquellos que no se iban en alguna movilidad contratada) aguardando por sus padres. Y vieron que un señor de la misma contextura y estatura que él, no teniendo en cuenta que Alberto siempre la iba a recoger en auto, se la llevó sin que ella diga nada.

La policía tardó bastante en llegar “como suele pasar en este maldito país” pensó el padre lleno de impotencia. Se preguntó a todos en el colegio, vecinos, padres de los niños, pero no hubo indicios de quién podría haberse llevado a Alba. Y en esas horas repletas de dolor nació una posibilidad: la madre. Aunque había sido un hombre quien se la había llevado no se podía descartar, y más aún porque Laura no tenía paradero fijo.

A muchos kilómetros de allí en un auto alquilado iba la madre y su hija:

- Mami, ¿a dónde vamos?

- En primer lugar a darte un nuevo y bonito peinado. De esos que salen en las revistas. Como las modelos. Y luego a comer algo rico. ¿Está bien, bebé?


02 febrero, 2016

Ahogarse en el camino

“Entiende. La única forma para que la vuelvas a ver es sanándote. Tienes una enfermedad y lo sabes. Yo también quiero que su madre… que tú vuelvas a quererla como antes. Pero también tengo mucho miedo. Por favor, vete”

“¡Te odio! Mi abogado te arruinará ¡No me quitarás a mi hija!”

Mientras Alberto le cerraba la puerta a su exesposa, su hija jugaba con la niñera. Aisladas ambas del griterío de la entrada. Una habitación instalada especialmente por el padre no dejaba que Alba escuchara a su madre cuando llegaba a gritar (ya que esto sucedía muchas veces) Y sin embargo el señor no se atrevía a denunciar a Laura, su antiguo amor.

Laura había perdido el juicio por la tenencia de su hija, al confirmarse su adicción a las drogas. Tres años terribles y dolorosos sufrieron los tres. Una adicción que comenzó cuando su hijita tenía dos años. Una adicción que derivó en maltratos físicos y psicológicos. Un año duró el juicio, el cual parecía no tener fin, hasta que finalmente terminó dándole la razón al padre: darle la custodia de su hija. Mientras su madre debía someterse a tratamiento para vencer dicha enfermedad, y solo cuando tuviese un certificado que compruebe su mejoría, podría visitar a su hija.

Cuando Alberto volvió a la habitación alzó a su hija y la llenó de besos, abrazándola muy fuerte. Un sentimiento de ansiedad lo embargó además de una sensación, un tipo de premonición de que algo malo estaba por ocurrir, pero tan rápido como vino este sentimiento, de igual forma se esfumó.