Si fuese
un matrimonio la culpa directa recaería en el insensato que hiere aun sabiendo
la condición del acompañante. Y la indirecta, de quien elige erróneamente a la
pareja.
Lo más
sencillo es echarle la culpa al atacante, cuando además la víctima es débil y
no puede reunir fuerzas para combatir la agresión. Solamente puede huir dentro
de su mente.
Javier,
amigo de la pareja de casados: Viviana y Pablo, había regresado a la ciudad
donde los tres se conocieron, luego de cinco años de ausencia. Una oportunidad
prometedora y providencial a corto plazo, pero finalmente devastadora (por la
cual se lamentaría toda su vida) lo alejó de ellos.
- ¡Es
estupendo! Me has sorprendido, hombre. Un país lleno de buena bebida, buenas
mujeres y además bien pagado. El trabajo ideal…
- ¡Gracias
por tus deseos Pablo! Espero que todo me vaya excelente. No sé cuánto tiempo me
demore en regresar, pero claro que lo haré, ustedes son mis mejores amigos.
Y aunque
las palabras de los dos hombres sonarían quizás sinceras, éstas estaban
cargadas de recelo. Sus miradas confirmaban un hilo invisible que los unía irremediablemente:
los dos querían a la misma mujer.
- Una
llamada, discúlpenme un momento.
Un
silencio triste se formó en el comedor cuando Pablo se retiró. Viviana tenía la
mirada perdida en el florero que Javier les había dado como regalo de bodas. Una
boda fantástica, pomposa, a la cual el enamorado hombre rechazó ir, alegando
una operación, que la novia sabía falsa.
-Yo… lo
siento, no puedo seguir…
- ¿A qué
te refieres? – preguntó Viviana con la voz quebrada, pero conociendo la razón
de todo.
- Te lo repetiría
todos los días si las cosas hubiesen sido distintas entre nosotros.
- Ahora
estoy casada. No hay nada que hacer, respeto a mi marido.
- … ¿no te
gustaría escaparte conmigo?
- ¡¿No me
has escuchado?! – exclamó algo inquieta.
Entonces
el silencio volvió a reinar en la sala. Era de noche y sólo se oían algunos
autos pasar.
- Era un
cliente, ¡parece que aprobará mi proyecto! – Pablo regresaba a la sala,
mostrando sus dientes blancos y perfectos al dar la noticia.
“Maldito
bastardo” pensaba Javier mientras se levantaba de la silla para abrazar al
amigo. Viviana sonrió a su marido con esas sonrisas que parecen que terminarán
en llanto. Él le devolvió la sonrisa y se acercó para besarla en los labios.
“Maldito bastardo”
De este
suceso, quedaba un dolor amargo en el pecho de Javier, que tenía que tragar
desde que se enteró que el matrimonio se había convertido en un infierno. Episodios
de violencia que se desarrollaron durante tres años, durante los cuales ningún
amigo se atrevió a contarle, creyendo que él dejaría todo para regresar. Y
estaban en lo cierto; luego de dos días de enterarse ya estaba en un vuelo
directo a su destino.
Pensaba en
llegar a la casa de Viviana y convencerla de huir con él… aunque no podría ya
que Javier se lo impediría… entonces debía, en primer lugar, comunicarse con
ella, pero ¿cómo? Los pocos amigos que tenían en común ni siquiera tenían algún
número de referencia. Lo único que sabía de ella era la carta que llegó a su
casa, que una amiga en común le mandó.