22 mayo, 2013

La vida continúa


Caminaba por aquellos pasillos, grabados en su memoria. Tan temidos, tan odiados. El frío emana de todos lados. Insoportable…todo huele a sufrimiento y muerte.

Así lo veía Ramiro, hombre de cuarenta y cinco. Viudo de Penélope, su amada mujer, que agonizó en esos pasillos, donde él ahora estaba. “¡Maldito país, maldita ciudad, maldito hospital!” Su rabia era contra Dios, contra el mundo. No podía entender, ¿por qué tuvo que ocurrir así? ¿Por qué se le dio una falsa esperanza, una angustia de varios días?

Miraba a través de algunas puertas entreabiertas, rostros apagados, taciturnos. Personas orando, leyendo biblias. Miradas tristes, vacías, abismales. No había atisbo de mejora en esos pacientes, y aun así muchos de ellos se salvaban, regresaban a sus vidas normales, quizás algo más agradecidos, o quizás no. Pero, lo importante, era que volvían, volvían a sentir a sus seres amados, volvían a sentirse ellos mismos. Pero con Penélope, fue distinto, Penélope sonreía, acariciaba la mejilla de Ramiro, lo amaba aun estando enferma, tenías esperanzas…

“Ramiro, debería irse, los médicos se enterarán y lo echarán…¡Ramiro!” La voz de Ana, le advirtió, pero, él ni se inmutó. Siguió caminando hasta subir al cuarto piso, un terreno inexplorado, al que jamás había ido. Sin embargo, esta vez, su cuerpo y su mente se habían desconectado. Para cuando se percató en dónde estaba, un niño ya lo estaba mirando desde una habitación.

Fueron segundos de contacto visual. Los enormes ojos del niño, estremecieron a Ramiro, quien no pudo contenerse y salió corriendo hacia el ascensor. Mientras bajaba al primer piso, él recordaba las vendas que cubrían parte de ese rostro, al que solo se le había permitido tener los ojos a la vista. 

“Si algo me hubiese pasado así de niño, no lo hubiese podido resistir” pensaba Ramiro, mientras presuroso buscaba a Ana. Pero antes de encontrarla, dos hombres de seguridad lo sujetaron de los brazos. “Ya me voy, solo quiero hablar con la enfermera Ana Gutiérrez, por favor” les suplicaba mientras lo llevaban hacia la salida. “Ya tenemos suficiente de usted señor, ¿no se da cuenta que obstaculiza el trabajo de las enfermeras? Hace que los doctores no se sientan cómodos, quizá, si usted fuese menos apático, menos malhumorado, les agradaría, pero no. Hasta los pacientes se quejan de usted” le dijo uno de ellos.

Aun así Ramiro luchó por escapar. Y fue tal su fuerza, que ya estando afuera del hospital, logró soltarse, pero cayó al suelo, abatido, quedándose allí por un momento, hasta que tuvo que irse a casa.