30 noviembre, 2009

¿Qué significan tus ojos? (tercera parte)

Me quedé atónito, no quería saber más, pero lo que sí quería era quedarme allí, ver tan cerca su contagiosa sonrisa y sus deliciosos labios... No pude soportar más y me acerqué tanto, que ella me abofeteó.

- Acaso, ¡no has entendido, somos hermanos!

La miraba y veía la firmeza de sus palabras en sus ojos, así que tuve que decirle:

- Casi te creo, pero no puede ser posible, es algo que no entiendo. Hace un año que alguien me dijo lo mismo...

Me parecía tan absurdo pensar que tuviera dos hermanos, de los cuales sólo había tenido noticias en estos dos años. Ella bajó la cabeza y empezó a llorar:

- Pensé que nuestra madre Alejandra podría llegar a verte, pero... no pudo...

Empezó a derrumbarse: le di mi hombro y ella se recostó, sentía que era al final de cuentas, lo mejor que me había pasado, pero no se me ocurría qué decir...

- Quizás sientes soledad y yo sé que eso es natural por la pérdida de como me has dicho tu madre Alejandra, en verdad lo siento y me gustaría ayudarte...

- Sí me puedes ayudar, ven conmigo y conocerás a tus demás hermanos, así podremos tener...

Antes de terminar la frase un hombre apareció y me agarró por el cuello y sentía que el aire se me acababa. Luchaba por intentar salir de aquella descomunal fuerza, pero no podía. Entonces ella agarró un poco de tierra y se la lanzó en los ojos al sujeto. Me agarró antes de caerme al suelo y me gritó:

- ¡Corre! Luego sabré ubicarte... Ten cuidado de tus padres...

Antes de correr reconocí al hombre que intentó ahorcarme, era el mismo que hacía un año me atacó...

27 noviembre, 2009

¿Qué significan tus ojos? (segunda parte)

Mi padre había comprado una casa en Nassau, Bahamas, ya que la nuestra se había deteriorado con el tiempo, y él como gran empresario buscaba la mejor impresión que podía mostrar, por ejemplo, dos días antes de que nos mudáramos mandó a arreglar la casa con muchísimo dinero para que sus “solidarios” contribuyentes y principales accionistas sepan que para ellos él siempre les tendría un merecida bienvenida.

Ya con todo listo llegamos al aeropuerto, antes de entrar sentí que una brisa rozó mi rostro, pero no era un viento cualquiera, éste se quedó dándole vueltas a mi cabeza y después pasaba de mi cabello hasta mi mentón.
Caminaba con esta suave “caricia” y tanto me deleitó que me quedé relajado hasta que logré despertar. Al ser consciente de lo que pasaba noté que el avión ya estaba aterrizando, y que no sé cómo el tiempo pasó tan rápido sin darme cuenta y lo que más me aterró es que no me acordaba nada desde esa caricia.

Bajamos del avión y una intensa lluvia nos sobrevino. Mis padres tuvieron que usar los paraguas, para después correr a buscar un coche que ya había sido con anticipación alquilado. Tuve que cargar a mi hermana que ensimismada yacía en sus pensamientos, tenía seis años y lo que recuerdo es que la llevé en brazos hasta el auto, y al llegar estábamos empapados: mis padres habían corrido con el paraguas sin nosotros.

Después nos fuimos a un hotel para pasar la noche y a la mañana siguiente nos darían la llave de nuestra nueva casa. Acosté a mi hermana y la contemplé por un rato antes de darme cuenta que en su mano tenía una nota. Se la quité suavemente y en ella leí:

- Sólo es para ti, y sé que lo vas a leer ya que tú eres el único que se preocupa por nuestra hermana. Quiero que sepas que te cuidamos, de lejos, pero lo hacemos y aunque Alejandra no pueda aún traerte sé que pronto estaremos todos juntos otra vez.

Lo leí y lo releí, y las letras en ese papel me resultaban tan absurdas; salí a tomar aire al pasadizo del piso, empecé a caminar hasta que pasando por un cuarto abrieron la puerta y me golpearon...

25 noviembre, 2009

¿Qué significan tus ojos?

Y el tiempo transcurría, ella con su mirada fija, la que usaba para pensar, meditar en aquellos recuerdos que su mente le traía. Y yo conversando con mis amigos, riendo, pero con mi subconsciente siempre aguardando, esperando que esos ojos se entrelacen con los míos, que me dedique un silencio cálido, una motivación para tener un día alentador.
Así muchas semanas pasaron, buscando su mirada hasta poder encontrarla y así me sentía feliz. Y mi cuerpo se paralizaba, esto me gustaba, que ella con sólo dirigir sus pupilas hacia las mías pudiera renovar mi día.
Aunque sabía que esos ojos no eran para mí, aunque sabía que esos rojizos y provocativos labios nunca rozarían a los de este tonto soñador sincero, aunque sabía que no todos los días se sentaría con sus amigos en aquel camino, el cual estaba justamente cerca de donde yo la miraba, yo aun así la quería.

Sólo metros de distancia, pero yo veía kilómetros para acercarme a ella, un recorrido con un abismo que sólo con mi fuerza y voluntad podía superar...
Nunca, quizá le hubiera hablado hasta ese Viernes, ése que marcó mi vida...

Estaba sólo, mis amigos se habían quedado en el salón, así que como siempre busqué su mirada, pero esta vez no la encontré. Giré en todo sentido, vi el camino, el comedor, el campo de fútbol, el huerto y nada.
No había salido al recreo, no estaba y cuando ya me sentía resignado a dejar de buscarla, una mano suave, cálida y fría a la vez, tocó mi hombro, presionándolo con delicadeza. Era ella, me quedé pálido, es por esto que me dijo:

- No sólo tu me buscabas, yo también lo hacía, porque tenemos una conexión especial, un lazo único, somos hermanos...

16 noviembre, 2009

Al recuerdo vivo (Cuarta parte)

Mi hija empezó el tratamiento de su cáncer, y yo por mi parte pensaba cada día en cómo hacerle la vida mucho más simple y feliz: en primer lugar, como ya podía caminar (para eso ya habían pasado algunos meses), fui a ver la empresa agrícola, la cual había tenido descuidada pero que seguía en pleno funcionamiento, entonces empecé a recordar que a ninguno de mis hijos le ilusionaba algún día tener esas acciones o involucrarse en esa empresa, así que me decidí venderlas todas, lo cual me proporcionó una fuerte cantidad de dinero; en segundo lugar busqué a la enfermera, indagando con los doctores del hospital quienes me dieron un dato que me impactó: “Ella nunca le ha gustado trabajar en el hospital, y menos ser enfermera, pero eso fue lo que estudió antes de que sus familiares cayeran uno a uno en ese terrible cáncer”. Me dolió mucho que su vida haya estado marcada de esa forma, por eso fui hasta la casa en la cual ellos me indicaron que vivía, y al llegar toqué su timbre.

Esperé por una hora allí y no apareció, hasta que la vi regresar con compras de mercado, ella me vio y se acordó de quién era, me invitó a pasar y yo con molestia acepté. Lo que tenía planeado hacer iba a ser rápido, pero yo y ella charlamos un tiempo largo sobre nuestras vidas, y el reloj ya marcaba las siete de la noche cuando me acordé el verdadero porqué de mi visita: “Disculpa, pero como me dijiste, ¿vas a mudarte?” Ella me respondió con una ligera sonrisa: “Sí” Ante eso le repliqué: “Pero, ¿no crees que necesitarías dinero para comenzar una nueva vida?, pues sé que no quisieras estar más trabajando en un hospital, es por eso que te quiero dar este dinero, y no quiero que lo rechaces, es suficiente para comenzar una carrera o si quieres para mantenerte unos meses sin tener que trabajar hasta que encuentres un novio rico” Ella me vio directamente a los ojos, rió y me dio un cariñoso beso en la mejilla. Había aceptado y me sentía alegre. Al día siguiente ya se había mudado, pero me dejó una carta con todo tipo de expresiones de gratitud, la cuales me gustaron mucho.

Ese mismo día cuando regresé al hospital a desvelarme por mi hija vi entrar a su habitación al chico: lo seguí y lo detuve antes de entrar: “¿Quién eres, dímelo?” Él me respondió con otra pregunta: “¿En verdad quieres saberlo, así me pierdas y no me veas más?” Lloré y mis ojos se nublaron contestándole: “Sí” Acto seguido me dio un beso en la frente y me dijo tiernamente: “Soy tu hijo, papá, ¿ahora me recuerdas?, te quiero mucho y me alegra que hayas cambiado, mi madre también te quiere, pero ahora me tengo que ir. Te amo mucho” Me abrazó y luego entró lentamente a la habitación de mi hija. Cuando por fin pude reaccionar del shock entré, y él estaba sentado en otra silla maltrecha y acariciando a mi hija, su hermana. Lo único que hice fue mirarlo y él también, hasta que se levantó y salió de la habitación. Esa fue la última vez que lo vi.

Recordé segundos después, que mi hijo había viajado a Bélgica y mi hija a Francia al huir de mí y que él había muerto hacía ya cinco años, pero que yo no fui a su entierro al estar inmerso en el alcohol. Al dolerme tanto pensé en tomarme la botellita de alcohol puro que había encima de una mesa, pero mi hija se despertó y me sujetó la mano diciéndome dulcemente: “No lo necesitas, ya no”.

Me quedan pocos meses de vida, así me lo ha dicho el doctor Quiñones, pero quería dejar el testimonio de mi vida para que si otro sienta que su vicio lo destruye, piense en los demás y se preocupe en ayudarle a salir de sus problemas, que eso da mucha más satisfacción que el mismo vicio. Ah, se me olvidaba, mi hija se recuperó del cáncer, y ahora con ella comparto recuerdos gratos de la familia.

15 noviembre, 2009

Al recuerdo vivo (Tercera parte)

Siguió con la plática, preguntándome qué sentía al verlo. Le dije que me sentía contento, alegre y a la vez una gran nostalgia inundaba mi cuerpo. Cuando terminé de dar mi respuesta me abrazó con gran fuerza, y los dos lloramos: mi sueño se había hecho realidad. Después de este suceso tan emotivo y extraño le pregunté: “¿Quién eres?” Me contestó: “Si te lo digo nunca más me volverás a ver” Le contesté que no sabía qué decidir: por un lado estaba el secreto que quería saber desde hacía ya mucho, y por otro si mi lo decía nunca más lo vería. Pensé por un lapso de 10 minutos, mientras él observaba fotos que mi hija me había mandado de su estancia en Francia, Grecia e Italia, país donde se quedó a vivir hasta que regresó para verme y cuidarme durante mi estadía en el hospital. Al final me decidí y le dije que quería saberlo, que no podía aguantar más la interrogante. Ante esto me advirtió:
“ Bueno, como ya te lo he dicho nunca más me verás, pero antes de decirte quién soy tengo que dejarte en claro que vine para decirte que debes cambiar en lo que te queda de vida: ayudar al prójimo, saber comunicarte con tu hija, que es la única persona que te queda en este mundo, además como dato que no debes olvidar antes de que me vaya, es que tienes que decirle que se realiza exámenes como a ti te lo hicieron, ella se merece saber lo que es la vida...”

¡Pum! Hubo un sonido seco en la habitación, me había caído de la impresión, al escuchar sus palabras; sentía que mi cuerpo se helaba, al volver mi vida atrás y lo recuerdos se me iban aclarando hasta acordarme de la vez que conocí Giuliana, una hermosa chica, a la que pedí ser mi esposa, tan pronto mi padre me dejara la mayoría de acciones de la empresa agrícola, en la cual mi familia por generaciones había trabajado. Después vi con suma claridad a mi esposa con su primer embrazo, una lindísima niña que se llamaría Ana; luego llegó a mi mente la imagen de su segundo embarazo... y ¡pum!... otro sonido seco en la habitación producto esta vez por el golpe que di con mi mano en el piso. Recordé cuando mi esposa murió al ser atropellada y sólo se salvó al niño a petición de ella. Lloré a rabiar, pero el final de mis recuerdos me cayó peor que el más grande dolor de hígado: recordé que mis dos hijos se mudaron a otros países cuando empecé a tomar y los maltrataba...

Ya no aguanté más y me desmayé, cuando recobré el sentido mi hija estaba acariciándome: me sentía un pobre y desdichado que no vio en la vida algo más que el alcohol. Cuando me di cuenta de la cruda realidad me acordé de las palabras del chico: “...además como dato que no debes olvidar antes que me vaya, es que tienes que decirle que se realiza exámenes como a ti te lo hicieron, ella se merece saber lo que es la vida...” Así que le insistí una y otra vez a mi hija que se hiciera exámenes a pesar de sus negativas. Finalmente logré que se los hiciera y el diagnóstico reveló que tenía cáncer de laringe, pero que éste se podía tratar. Mi hija lloró al lado mío, pero yo ya no tenía lágrimas...

14 noviembre, 2009

Al recuerdo vivo (Segunda parte)

Ése chico había sido el causante de mi desgracia: apenas podía mover mis dedos. Quería comprender qué afán tuve en querer encontrarlo, no entendía cómo pude correr sin fijarme en el taxi que me atropelló. Lloraba a raudales de rabia, la impotencia de no haber podido seguirlo y que ahora de repente nunca más lo vería.

Semanas pasaron entre sueños, por ejemplo que el chico llegaba, me abrazaba, me sentía feliz por un momento y luego los dos llorábamos; y pesadillas: el mismo chico entraba a la habitación del hospital, me veía de lejos, mientras yo no podía hacer nada.
Intenté recobrarme emocional y físicamente del trauma causado entre tantas horas de terapia, pero cada vez que quería recuperarme de los sentimientos confusos en mi cabeza, tenía una pesadilla.
La misma de siempre, yo sin poder mover ninguna parte de mi cuerpo y él observándome con una mirada de tristeza y enternecedora. Hasta que un día me asombró ver que lloraba, ya no sabía si era un sueño o es que en verdad me visitaba, pero aun así yo no podía llamar a nadie porque mis labios seguían sin poder responderme.

Entre esos días me acordé también de la enfermera que me había visto y huido del cuarto cuando abrí los ojos. Empecé preguntando al doctor, luego a mi hija y finalmente a la enfermera nueva que me habían asignado; ninguno de ellos me lo quiso revelar. Día tras día el doctor me saludaba con su singular: “Buenos, buenos y buenísimos días” intentando arrancarme una sonrisa, la cual nunca me logró sacar. Y una mañana después de una charla con el doctor Quiñones, el que atendía mi caso, entró el chico a la habitación. Para ese entonces pude decirle de forma entendible: “¿Quién eres?” Ante esta pregunta me miró y sus lágrimas se le desprendieron inconteniblemente. Fue lo único que recordé de ese episodio, luego un fuerte dolor que nunca había sentido, a pesar de las reiteradas dolencias que tuve por meses en mi hígado, hizo que me desvaneciera.

Tuvieron que revelarme, después de este desmayo, la cirrosis hepática que mi cuerpo guardaba hacía años, pero que se había complicado. Además no me daban muchos meses por vivir. Así lograron también decirme que la enfermera que me había visto semanas atrás se había traumado al saber que yo tenía la misma enfermedad que mató a cinco de los integrantes de su familia: su abuelo, padre, tío, tía y hermano.

Ya sabía que iba a morir y los dolores empezaron a hacerse intensos, pero no quería irme a la tumba sin saber quién era ese chico. Tenía que reconocer qué sentimiento era el que me había hecho enternecer: no sabía definirlo.

Dos meses pasaron y vi que las supuestas pesadillas desaparecieron, y cuando una mañana me sentía solo al pensar que nunca vería a ese chico, apareció y me dijo: “Vine para ayudar a que tu hija sepa el verdadero valor de la vida y que tú sepas apreciar lo que te queda de existencia”...

12 noviembre, 2009

Al recuerdo vivo

“¿No me recuerdas acaso?” Con esa pregunta se me presentó un muchacho con cabello de ocaso veraniego. No sabía quién era esta persona, no llegaba a mis recuerdos ni una pizca de memoria.
“¿Ya te olvidaste de mí tan pronto?” Rebuscaba profundamente dentro de todas mis vivencias almacenadas en mi larga y sufrida vida.
Poco a poco sentí molestias de estar soportando a ese chico que según mi profunda búsqueda no había visto nunca. Así que le dije: “Vete, que no sé quién eres” Ante esto le brotó media lágrima hasta el mentón y me dijo: “Yo pensé que nunca te olvidarías de mí, que en tu mente siempre tendrías la imagen del ser que supuestamente siempre habías querido desde el gestar de esa maravillosa mujer que entregó su propio cuerpo para darme aliento.”

No entendía qué me había querido decir, sus palabras me parecieron tan confusas, sentía que era tan familiar, pero no sabía por qué. Después de esas palabras se fue corriendo por la esquina que une las avenidas Balta y Garcilaso de la Vega, cerca al Paseo de las Musas. Me dolía y no encontraba la razón de ser de ese sufrimiento, no sabía la causa por la cual de mis ojos brotaban ya, la explosión del dolor.

Corrí tras él sin ninguna explicación, no podía detenerme, tenía que alcanzarlo, como fuera posible, a pesar de que mi físico había decaído ya desde que empecé a beber en exceso, por los problemas que me aquejaban, de salud y emocionales.

Cuando volteé por la esquina no lo pude encontrar, lo busqué con la mirada paciente y enérgica de saber que no podía desparecer sin dejar ningún rastro. Pero, no pude esperar más tiempo y corrí como nunca lo hubiera creído posible hasta que escuché una voz alarmada y lejana que me gritó advirtiéndome: “¡Cuidado!”...

Desperté y lo primero que vi fue la tenue luz que se extendía en toda la habitación. Me dolía mucho la cabeza, pero la giré y al hacerlo vi a mi hija sentada en una silla maltrecha. Comencé a explorar con mis sentidos en dónde me encontraba hasta que lo deduje al verme los vendajes. La enfermera tan pronto entró y me vio empezó a llorar saliendo despavorida de la habitación, no entendía lo que había sucedido, y tal fue el alboroto, que despertó a mi hija. Ella volteó a verme y me sonrió: “Gracias a Dios que estás vivo, has estado dos días en esa cama” Sólo pude balbucear algunas palabras como: “¿Qué me pasó?, ¿Cómo llegaste hasta aquí?" Pero, mi hija no logró entenderme. En mi boca no hallaba la suficiente fuerza para hablar correctamente y las lágrimas empezaron a brotar...