27 enero, 2011

Esperando la carta

“Soy el juez, y a mí las consecuencias que se deriven si sale o no librado de ésta no me incumben. Yo estoy aquí para hacer cumplir la ley. Y para mí la ley no debe ser acompañada de subjetividad, sean cuales fueran las consecuencias”. Estas palabras quebraron las últimas esperanzas guardadas en aquel corazón ya roto.

Ya sin poder hacer más se reanudó la sesión. El juez Darío se sentó y creyéndose omnipotente mandó que el acusado vuelva a su lugar. Vio a todos con su mirada particularmente altanera y preguntó al abogado si tenía algo más que decir por la defensa de Victor. El defensor dijo que no. Entonces con una voz orgullosa Darío pidió el veredicto.

Victor gritaba en su interior desde hacía ya días, clamando por verdadera justicia, pidiendo a lo que fuera que lo escuchara una última ayuda. Pero no había respuesta. No había y ahora, en el momento decisivo volcó sus pensamientos en los recuerdos...

Las hojas verde grisáceo caían con un compás lento, suave y organizado. Y Victor escuchaba aquella música echado en el campo, rodeado de señores árboles. Era una tarde como tantas otras de otoño, en la cual él solía estar creando poema tras poema de la naturaleza. Pero ese día fue mucho más que un poema de Bécquer, más que una novela de Shakespeare, ese día se enamoró.

Recordó haberla visto caminar sola, con una sombrilla celeste que no le dejaba ver sus ojos. Lo que sí le permitía ver era aquellos labios finos, delgados, rojos, sutilmente provocadores, pero lo suficientemente sensuales para desearlos. ¡Oh! Aquella mujer, aquella dama desconocida... solamente podía ser el destino, la naturaleza...

Estuvo mirándola por unos minutos sin que ella se diera cuenta, hasta que coquetamente volteó a mirarlo riendo. Su risa era mucho más de lo que hubiera podido pedir en ese momento, su risa en ese instante deshizo cualquier pensamiento que no se relacionara a ella, su risa disolvió el tiempo.

Y así pasaron, mañana tras mañana, todos los días. La deliciosa rutina, ella con la sombrilla celeste, caminando sola, haciéndose imposible ver sus ojos, y él esperando ver su risa. Hasta que una mañana, vio sus ojos, ¡sí! por fin pudo. Y volvió a sentir el destino, ¡tenía que serlo! que esta vez finalmente los presentaba. Él logró incorporarse, para cortésmente besarle la mano. Parecía todo coordinado, no hubo vacíos de tiempo en aquel instante: ella le dio la mano cuando él ya tenía en su mente besarla.

Victor y Beatriz se conocieron, pero jamás hablaron de sus familias, ni siquiera sabían dónde vivía el otro. Solamente se encontraban en aquel camino a la misma hora. Era un paseo largo, tenían ratos de risa, de tiernas miradas, de silencios acompañados de suspiros. Pero, un día la magia se convirtió en desilusión, en llanto, en nostalgia, por una carta que tenía que ser entregada, y que aún no llegaba... Victor volvió de sus recuerdos y seguía en el juicio... esperando la carta...