16 septiembre, 2012

Pero, cuando llegó… (quinta parte)

La presa se había escapado. “Estuve tan cerca de saber dónde vive” Aquel pensamiento estuvo persiguiéndolo todo el día, hasta que una idea, marcada en su rostro como una sonrisa macabra, llegó a su mente. “¡Cómo no lo pensé antes!...maldito sentimiento de tristeza que nubló mi capacidad de razonar”

Su plan era simple, aunque arriesgado, jamás antes había tenido que recurrir a algo así. Pero, el tiempo apremiaba, sabía que si llegaba a conocer a la familia en aquel momento de luto, no necesitaría de mucho esfuerzo. Y así tendría más tiempo para llenar más y más sus fólderes.

Estos “catálogos de personas” que estaban en el sótano de su casa, guardados celosamente en una caja metálica, debajo de un mueble, que yacía inerte en el mismo lugar hacía ya muchos años. Un escalofrío recorría su cuerpo cada vez que miraba ese mueble, un impulso frenético de querer tener entre sus manos, ese metal frío que contenía todo su trabajo, toda su vida…

Lo difícil del plan, no era esconderse en el colegio hasta que anochezca, sino salir del mismo, sin que nadie se percatara de su búsqueda en la oficina del director. Si alguien era más ordenado y pulcro que el raro, ese era el director Jiménez. Un tipo rudo, que había huido con su madre de su ciudad natal, por culpa de un padre, que les pegaba a los dos. Ese fue uno de los tantos datos que pudo guardar en sus fólderes. Y ahora, era un recuerdo que venía a su mente, cuando atónito se preguntaba el porqué del desorden en la oficina de Jiménez.

“¿Quién querría robar algo aquí?” Se preguntaba el cazador. Posibles respuestas llegaban a su mente, pero se desechaban una tras otra, no había nada de valor en aquella habitación. La investigación de qué podrían haber buscado en ese lugar seguía en marcha, hasta que el joven se encontró con el escritorio, donde guardaban los datos de los alumnos. La sorpresa fue mayor, cuando no encontró el documento que contenía la dirección de la casa de Sofía. Y como si de un presentimiento se tratara, buscó su documento, el cual extrañamente también había desaparecido.

Por primera vez en su vida sintió miedo (o al menos eso era lo que recordaba) Sintió la transpiración helada que corría velozmente por su espalda y por su frente. Quizá hubiese quedado de pie, inmóvil, junto al escritorio desordenado, durante horas si es que el sonido de las botas de Juan, el conserje, no lo hubiese alertado. Y es que Alberto sabía de antemano, que él era el que se quedaba cuidando el instituto de posibles robos.

Era poco el tiempo que quedaba, debía ser rápido, así que forzó la ventana, la cual daba directamente al patio, y salió por allí. Estando ya afuera de la oficina, corrió hasta llegar a un muro de baja altura, el cual le había servido también de entrada, y escapó.

Caminando, ya lejos del instituto, y con la madrugada de compañía, quiso concentrarse en lo que había sucedido, pero no pudo, a la vez que creyó que su paranoia aumentaba cuando al estar al frente de su casa, vio restos de cabello, de igual color que los de Sofi, regados en el suelo.