08 junio, 2014

Mi historia con ella (quinta parte)


“Supongo que tu idea de promocionar tu libro de esa forma, no entraba en tus planes. Pero, ¿qué plan sale a la perfección?”

Quería ver sus ojos, al terminar de leer la nota. Sin embargo, ella ya no estaba en la habitación. Me decidí ir a hablar con ella (algo en mi cerebro funcionó mal esa vez. De eso estoy convencido. En ninguna otra circunstancia hubiese pensado en ir a buscarla y mantener una conversación después de todo lo que había ocurrido. Así, a veces, el destino gana la partida)

Después de buscarla por unos minutos, la encontré atrás de la cabaña, sentada en un columpio. Me quedé observándola y me percaté que observaba el lago, mientras sostenía un cigarrillo en su mando izquierda. No estaba encendido. Me quise acercar sin que lo notara, pero mis pasos en la tierra me delataron.

“No servirías de ninja” me dijo con voz suave, al darse la vuelta para verme. “Tu sarcasmo sigue intacto” Intenté dibujar una sonrisa en mi rostro mientras lo decía, pero al momento me di cuenta de que no había salido tan bien, ya que al mirarla vi que levantaba su ceja derecha.

Dejé de intentar de sonreírle y nos quedamos viendo por un largo tiempo (lo considero largo, porque tuve una discusión en mi cabeza. ¿Cómo comenzar una conversación?, pero ella, como de costumbre, me interrumpió) “Y dime, a ¿qué te dedicas?” “Por todos los métodos quieres hacerme enojar, ¿no?” Me miró a los ojos, con una profundidad que jamás he vuelto a sentir en mi vida. Y rió. Al instante, me sentí un idiota. Ella debió notarlo, así que paró de reír y me dijo: “Quiero decirte algunas cosas. Pero antes, quiero que me prometas que me dejarás hablar sin interrumpirme” Asentí con la cabeza. “Bueno. Debo pedirte perdón por cómo me expresé la primera vez que nos conocimos. El libro lo había comprado para mi hermana. Ella me lo había pedido. Es tu fan desde hace mucho… Creo que podrías conocerla. Aunque para eso debo cambiar tu actitud más de lo que he logrado hoy”

Al callarse sentí escalofríos. ¿Intentaba cambiarme? ¿Por qué? Si ni siquiera me conocía… “El día que me conociste me dijeron que me quedaban algunos meses de vida” El nudo en la garganta no me dejó hablarle. Me sentí el doble de idiota al no poder decirle nada. Nos quedamos mirando, y ella volvió a sonrojarse. Me acerqué a su columpio. La abracé. Sentí sus lágrimas en mi cuello. Se disculpó. Yo seguí sin hablar.

“En otro tiempo, en otro lugar, te hubiese permitido que me invites a salir. Conocernos” En ese momento ella me abrazó también. “Desde la primera vez que te vi, no te fuiste de mis pensamientos. Aún espero conocer el porqué de esto.” “Creo que no importa el porqué. Lo importante es lo que sentimos en este momento. Importa el hecho de no habernos encontrado antes. Importa, que a pesar de las circunstancias, hemos abierto nuestras almas”

Desde ese día nos empezamos a conocer más. Todos los lunes en el club de lectura, mientras nos leíamos versos; y de martes a domingo a través de largos paseos por la ciudad. (Pero, todo lo grandioso en esta vida tiene su fin) Así, transcurrió dos meses, hasta que ella empezó a decaer teniendo que ser internada en un hospital. Allí la fui a visitar con mi madre. (En esos días, mi conducta se había transformado. Yo era otro. Ella logró cambiarme. Su risa me mostró la verdadera honestidad)

Aún recuerdo el último poema que le leí, el mismo que le enseñé a su hermana, cuando la conocí:

Amor eterno

Podrá nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la tierra
Como un débil cristal.

¡todo sucederá! Podrá la muerte
Cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse
La llama de tu amor.

Gustavo Adolfo Bécquer


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