16 octubre, 2014

El autobús


Era el día más pesado de la semana. Era lunes. Y como todos los lunes Ernesto se tenía que repetir “Necesito el dinero. Necesito el dinero” Bañarse, cambiarse, besar la frente de su madre e irse al paradero de autobuses. Aquél que siempre estaba repleto a esas horas del día, pero que extrañamente esta vez no lo estaba. “He llegado tarde. ¡Maldición!” Refunfuñando vio su reloj, y la hora era la correcta. Había llegado como todos los demás días. Puntual. “Mañana nublada. Viento helado. Sin personas. Parece el inicio de una película de terror independiente” Sonrió para sí mismo y se puso sus auriculares.

Pasaron diez minutos y el autobús no aparecía. Ernesto empezó a inquietarse, caminar de un lado al otro. “Voy a perder un día de trabajo. ¡Rayos! Tomaré un taxi” Pero, justo cuando iba a cruzar hacia la otra calle, la niebla se despejó con el transporte que llegaba. 

“Ahorrar tiempo o dinero… bueno tampoco es que vea un taxi cerca” Sonrió para sí mismo y subió. 

- Buenos días – el chofer lo saludó cordialmente.

- Buenos días – respondió Ernesto, dándole el dinero del pasaje y sentándose en la tercera fila al lado de una ventana. “Lo malo es que no hay nada que ver con tanta niebla” pensó al transcurrir unos minutos, y por ello que, a mitad del viaje, se quedó dormido apoyado en su puño derecho. Pero, no pudo dormir mucho porque sintió un pellizco en su brazo izquierdo. Al despertarse se percató de que una mujer en la fila de atrás se reía sin siquiera disimularlo. 

- Señora, ¿qué clase de confianza es esa?

La mujer no contestó porque seguía riéndose. Ernesto quiso reprocharle una vez más, pero una chica lo detuvo diciendo:

- Cámbiate de asiento. Es lo mejor. Esta señora cree que todos somos como ella.

En el acto, la señora de gafas negras dejó de reír. Miró a la chica y refunfuñó:

- Ser como tú. Prefiero tener un hijo como éste – señalando a Ernesto – antes que querer ser como tú.

- Oiga, usted es una maleducada. Debería darle vergüenza con la edad que tiene…

- ¿Me está llamando vieja? 

- Parecen dos locas peleando así – intervino riéndose un joven de traje gris y cara de niño, que estaba sentado al final del autobús.

Las dos mujeres voltearon a verlo con miradas furiosas.


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