28 febrero, 2014

Mi historia con ella (tercera parte)


“¿De parte?” “Soy Victoria, del club de lectura” (¿Un club de lectura?... la misma mujer inculta que había desdeñado mi libro… ¡estaba en un club de lectura!) “Sí, ahora le comunico”

Me senté en el sillón cuando mi madre contestó. Se le veía tan alegre a la hora de hablar con esa mujer. Quince minutos de charla telefónica, en los cuales me enteré que había conocido a Victoria allí y se habían vuelto buenas compañeras. 

Al terminar la conversación, me invitó un delicioso té con galletas y me empezó a contar de su nueva actividad.

“No te lo quise decir, porque primero quería confirmar que no sería pasajero. Pero, ahora estoy convencida. Es en lo que quiero estar. Me siento a gusto con las personas que he conocido en ese grupo. Me ayudan a olvidarme un poco de mi enfermedad… ¡deberías entrar allí!”

Me sorprendió que mi madre dijera eso. Una actividad con mucha gente que le gusta leer. Estar allí significaría que podría promocionar mi libro de alguna manera. Y quizás reponerme al mal momento en el que me encontraba. Así pensaba, al principio. Lo que no terminaba de convencerme para ir al club de lectura, era tener que encontrarme con la irritante Victoria. 

Solo había bastado una conversación para no querer volver a encontrarme con ella. Por un momento pensé en decirle a mi madre que no. Pero, luego pensé que esa chica no iba a determinar mi destino (¡La ironía de la vida!) Yo haría lo que me plazca, para poder llegar a mi meta.

Así es como un lunes, llegué con mi madre del brazo a una cabaña. Un tanto alejada, pero con un hermoso paisaje que la rodeaba: el frente, aparte del camino para llegar, estaba lleno de pinos con sus respectivas aves; atrás un enorme lago, transparente como la sonrisa de mi madre al encontrarse con sus compañeros.

“Les presento a mi hijo que esta vez ha decidido acompañarnos. Es mi orgullo y mi soporte. Sé que nos ayudará mucho, porque es un gran escritor” Mi madre, como siempre, diciendo la verdad (mi ego resurgió cuando vi los ojos de sus compañeros, maravillados de tenerme a su lado) Me sentía alegre, y todo hubiese seguido de esa forma si no la hubiese visto.

Me miró, la miré. La evité y entré a la cabaña con mi nuevo séquito. Me sentía un dios. Pero entonces, ella me interceptó preguntándome: “¿Cuántos libros has escrito?” Me quedé helado por la pregunta repentina. “Mi madre me salvó”, pensé. “Olvidé presentarlos. Victoria, él es mi hijo, Rubén. Rubén, ella es mi amiga, Victoria. Espero que se lleven muy bien” Esas últimas palabras me hicieron dar cuenta de que mi madre no me había salvado.