14 agosto, 2013

La vida continúa (segunda parte)


Su casa. Un lugar, al que no le gustaba regresar. Por ello, solía pasar los días en la ciudad. Intentaba alejarse de los recuerdos de su esposa. Lo intentaba, pero día tras día, terminaba regresando al hospital donde había muerto. Siempre, con el mismo semblante y la misma actitud.

Desde que murió Penélope, su rostro empezó a marchitarse. Las enfermeras que lo conocieron, coinciden, en que su personalidad cambió radicalmente. Cuando aún su amada vivía, él les contaba a todas, los planes que tenía con su esposa. Se sentía en sus palabras, una gran fe que contagiaba a todo el personal. Pero, cuando el día trágico llegó, su mirada se volvió fría y llena de rabia. Ya no conversaba con nadie. Caminaba con la cabeza gacha y la mirada perdida, siendo este el motivo, por el cual las personas se espantaban al verlo por los pasillos.

Un mes, fue lo que aguantaron los médicos. Un mes, de continuas quejas. “Mi esposo cada vez que lo ve pasar por su habitación, se angustia. Cree que es la muerte misma, que lo viene a buscar” “Si no tiene un familiar al que visitar, ¿qué hace aquí?” “Tienen que llamar a seguridad, a la policía, o a alguien, que se encargue de él” Y ante esos reclamos, solo había una respuesta. “Compréndanlo, por favor, su esposa ha muerto recientemente. Necesita un tiempo para asimilarlo” (Los médicos creían que él, paulatinamente dejaría de ir al hospital)

A principios de ese mes, llegó una nueva enfermera, Laura. Ella logró conversar poco a poco con Ramiro. Aunque al principio él se mostraba sin ningún ánimo de hablar, lo tuvo que hacer a regañadientes, dada la insistencia de la enfermera. Esa actitud continuamente afligida, cambió al día siguiente del encuentro con ese niño.

Ese día, él llegó más temprano que de costumbre. Saludó a todo el que se le cruzó, y en cuanto vio a Laura hizo lo mismo. Asombrada por aquella acción (ella siempre era la que saludaba a Ramiro) le dijo: “Me alegro mucho de que hayas sido tú quien me saludara” Después de esa frase, estaba por despedirse de él, para continuar con su trabajo. Pero, él la detuvo sujetándole el brazo. Todos en la recepción enmudecieron al ver esa escena. “Por favor, quiero ir al cuarto piso. Ayúdame” Le susurró a la enfermera. Ella no podía creer que él le estuviese pidiendo ayuda, y como se percató de la angustia en su rostro, se soltó, para hacer lo mismo que él había hecho con ella, llevándolo al ascensor.

“Sigue siendo lo más amable que puedas. Así no te echarán. Si te preguntan, explícales tu razón. El motivo por el que estás aquí…Cuando haya terminado mi trabajo vendré a verte” Laura bajó por las escaleras, luego de acompañarlo hasta el cuarto piso. Y entonces Ramiro empezó a buscar la habitación del niño.

Al encontrarla, tocó la puerta sin respuesta alguna. Tocó un poco más fuerte. Nada. Tocó aún más fuerte. Silencio. Cuando estaba por rendirse, sintió que jalaban su camisa hacia abajo. “Señor, solo quería salir un momento. No se enfade” En ese instante una sonrisa se empezaba a dibujar en esa alma dolida, que veía con una mirada cálida al niño del rostro vendado, al que solo se le había permitido tener los ojos a la vista.