21 agosto, 2014

Historia Corta


Era el día del reencuentro. Él había soñado con ella. Despertó soñando aún. La sentía cerca. La sentía tan lejos. Sus mejillas se sonrojaban, mientras él se confesaba. 

“Despierta ya” Pensaba, mientras abría los ojos. “Ya es hora de vestirse e ir a esa estúpida reunión. Poner una sonrisa en cada saludo. Y esperar… esperarla…” Some people think they´re always right. Others are quiet and uptight. La alarma empezó a sonar mientras él terminaba de estirar sus brazos. Se levantó, se bañó y cambió de ropa. Estaba listo para la reunión media hora después de que sonó la canción de The Strokes.

“Ha llegado la hora” se decía mientras las imágenes de su juventud aparecían una tras otra en su cabeza. Subió al taxi que lo llevaría a verla, después de cinco años, en los que no había conseguido olvidarla. Su sonrisa seguía en sus recuerdos, aquella dulce, hiperactiva, loca, que provocaba alegría en su alma. Se sintió enamorado, embriagado de inspiración en esos días calurosos y lluviosos en los que iba a acompañarla a su casa. Pero, tardó mucho en darse cuenta realmente de lo que sentía por su gran amiga. Tanto, que ella le entregó totalmente su sonrisa a otro, del cual se enamoró.

Al momento de llegar vio a aquellas personas reunidas. Pocas que realmente apreciaba. Nunca se dieron el tiempo de conocerlo, nunca se dio el tiempo de conocerlas. “Y ahora no tengo ganas” pensó, mientras buscaba con la mirada a la niña sonriente, que reía y lloraba con la vida. 

Estuvo buscándola media hora. Minutos que aumentaron gradualmente su ansiedad hasta que la encontró, abrazándola fuertemente. Sentía en ese instante que podía recuperar el tiempo perdido y mostrarle que él podía ser también una luz en su camino, dos luces que se alumbrarían en el sendero… Pero, antes de seguir con sus sueños agitados por la emoción, ella dejó de abrazarlo. “¡Tanto tiempo sin verte! Tantas cosas por contarnos. ¿Cómo has estado?”

Tanto tiempo sin verse, tanto por hablar. Pero, el corazón del joven no quería hablar, solo quería una cosa. Aquello que lo había impulsado a ir, que mantenía a flote sus ganas de quedarse y que había sido el suceso principal de muchos de sus sueños hasta ese momento. Pero “aquello” debía ser en un lugar más sereno, más tranquilo, es lo que él pensaba. Así que la agarró su muñeca suavemente y la llevó a un salón vacío.

Allí, la besó. Ella, sorprendida, sonrojada, lo apartó. Sus ojos se agrandaron y poco a poco se volvieron brillosos, llenos de lágrimas. Él no comprendió. Quiso abrazarla, pero ella retrocedió. Tomó sus manos. En ellas notó un objeto duro, pero liso. Era una sortija. Se arrodilló y vio el motivo que le cambiaría la vida.

“Me casaré la próxima semana” le dijo entre sollozos. Hasta que calmada, y después de pasar unos minutos sin decir nada, se fue al otro ambiente lentamente. Sus pasos eran tan parsimoniosos, que el quiso detenerla como la típica película hollywoodense y decirle que no se case. Pero, no lo hizo. La dejó ir. Decidió irse de la reunión de reencuentro. Continuar su vida, aunque sabía que perdía a la chica. Perdía la oportunidad de despertarse con su sonrisa y contemplar el amor en sus ojos. La dejaba con el mismo que le quitó su sonrisa cinco años atrás. Aquel que tuvo claro lo que sentía antes de que él lo hiciera. 


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