17 diciembre, 2012

Pero, cuando llegó… (octava parte)


“Iré a preparar la cena, ¿te puedes quedar Sofi?” La antigua presa sonrió a la madre de Alberto, y dijo: “Muchas gracias por la invitación, claro que puedo”

La sala quedó en silencio después de esa frase. El joven no apartaba la mirada del suelo, mientras la visitante caminaba de un lado a otro suspirando. El tic tac del reloj era perceptible a pesar de los pasos de la francesa… “Así que…¿me revelarás tu secreto?” La cara pálida y llena de transpiración del joven hacía ver que estaba acorralado.

Después de unos minutos de haber sido lanzada esta pregunta, Sofía se detuvo, y caminó por el corredor de la casa en dirección al sótano. “¡Imposible!, ella no lo sabe, no… claro que no” El antiguo cazador no se sentía bien, sentía que el aire se escapaba de sus pulmones, pero hizo el mayor esfuerzo para seguirla…y en efecto, ella bajó al sótano. Caminaba lo suficientemente rápido para que no la pudiesen alcanzar.

Cuando Alberto logró descender hasta su segunda morada encontró una escena dantesca: el mueble otrora inerte, ahora yacía volcado. Su caja metálica había sido profanada y un álbum de tantos otros que tenía, estaba sujetado por la mano de aquella, quien alguna vez había sido, sinceramente, su amiga.

“Ahora, si revisamos, la página número uno de este, tu primer…no sé cómo llamarlo…lo que sea…vemos un espacio en blanco. Yo me pregunto, ¿para quién es este espacio?” El joven estaba temblando, su rostro se balanceaba entre expresiones de ira y de miedo. Los nervios hicieron que empezara a reír… “Para ti…dime, ¿cómo llegaste a conocer mi lugar secreto?”

La respuesta impresionó a Sofi, pero no para desistir del propósito de haber ido a la casa de su antiguo amigo. Rápidamente sacó del bolsillo de su falda, un encendedor, y sin decir ninguna palabra, empezó a quemar “la primera colección” de Alberto. Él no lo podía creer, se lanzó por instinto hacia la joven, quitándole “el primer álbum”… “Creí que cuando regresara de Francia, seguirías siendo la misma miseria humana que dejé años atrás, pero veo que te has superado, ahora eres peor…¿coleccionando vidas? O…¿qué es lo que haces?...Lástima, me das lástima. Solo me quedan algunas cosas por decirte, antes de irme: primero, logré entrar a tu casa, sin que nadie lo percatara, cuando fuiste a buscar en la oficina del director, robé también tus papeles, para divertirme  con tu expresión de no saber lo que ocurría; segundo, le di dinero al conserje para que te detuviera, sabía que estabas enfermo, y por eso no podía exponer a mi familia…

Alberto, con su mano derecha, mantenía cerrada la boca de Sofía, mientras que con la izquierda, le hundía más y más un fierro que había estado cerca de la escalera. Las lágrimas de la francesa empezaban a salir, y en un último intento de escapar mordió la mano de su verdugo, pero tal era el impulso, la vehemencia de este último, que los esfuerzos fueron en vano.

El cazador esperó unos minutos para soltar el cuerpo de su presa y quitarle su billetera, con la dirección de su casa. Al hacerlo, subió, se lavó las manos lo mejor que pudo, fue hasta la cocina, le dijo a su madre que saldría con su amiga y desapareció. Ya en el ocaso, regresó de su caminata, la cual le había servido para averiguar que la madre de Sofi, viajaba ese mismo día a Noruega, por negocios, sin su querida hija. Estando en casa Alberto tuvo que inventar que su amiga había tenido una cita importante, y que por favor la perdonaran. Cuando ya todo estuvo arreglado, esperó hasta que la madrugada abrazara su casa, para que pudiese enterrar, a su víctima, mientras sonreía maliciosamente, pensando: “Me falta el conserje”


24 noviembre, 2012

Pero, cuando llegó… (séptima parte)


Su madre lo abrazó, y le dijo: “¡Mira a quién tenemos aquí! ¡Tu amiga de la infancia! ¿Por qué no me dijiste que había regresado del extranjero?”

Los recuerdos llegaron súbitamente, la cabeza le dolía. Sin poder siquiera mirar hacia donde estaba sentada Sofía, Alberto buscó una salida en la cara desconcertada de su progenitora. Mas no la halló y sintió que todo se iba al diablo.

…Doce años atrás un niño se mudaba a una nueva ciudad, sin ningún amigo. Un desconocido para todos. Tenía una pequeña afición: coleccionar estampillas de personajes famosos (Espartaco, Einstein, Chaplin, etc) Pero era un hábito que no compartía con nadie en su nuevo colegio. Se sentía solo. Hasta que una mañana, una chica, de cabello rubio y con un acento gracioso le preguntó: “¿Qué es aquello que te mantiene tan concentrado?” El pequeño la miró, se ruborizó, pero tuvo el suficiente coraje de poder contarle sobre su colección.

Así comenzó una amistad, que poco a poco se convirtió en un interés amoroso por parte del chico. Sin embargo él notaba en ella, falta de interés cuando le contaba sobre sus “hazañas” para conseguir sus estampillas, sus reliquias. La chica del acento gracioso, no buscaba un noviecito. Lo que en verdad quería, era tener a un cómplice para compartir un gusto, que desde hacía un año, la tenía inquieta: la caza de animales.

Su padre le había enseñado esta peculiar actividad, pero sin el conocimiento de su madre. Ella había aprendido muchas cosas en Francia. Pero, siempre quiso tener a un compañero de su misma edad. Por eso siempre presionaba a su nuevo amigo a que la acompañara.

El niño no tenía intenciones de matar a ningún animal, no podía imaginarse haciendo algo como eso. Sin embargo, el sentimiento reciente que se había forjado en su corazón pudo más que su razón. Y fue por ello, que un día, la acompañó junto con su padre a un día de caza. Lo que buscaban, era un ciervo. Un buen ejemplar para llevar a su nuevo hogar.

Estuvieron buscando por dos horas hasta que encontraron una pequeña manada de ciervos. El padre de la joven apuntó y sin vacilar, apretó el gatillo. Un tiro perfecto. La niña celebraba, brincaba, sus ojos mostraban alegría. El joven, en cambio, se mordía las uñas, sus ojos estaban fijos en una escena: había otro ciervo más pequeño al que yacía tendido inerte en la hojarasca, el cual intentaba mover con su hocico a su compañero. Antes que pudiese decir nada, otra bala acertaba.

Las imágenes después de aquello, fueron borradas de la mente del niño. Lo único que pudo recordar, es que terminó contándole, entre sollozos a la madre de la niña, lo que había sucedido. Esta jamás se lo perdonó, y con estas palabras le destrozó su inocente corazón: “¡No quiero volver a verte! Gracias a ti mis padres están separándose. No sabes lo que es guardar un secreto, no sabes ni siquiera cómo se puede sentir alguien si le fallas…no puedes conocer a una persona y hacerla sentir así. ¡Te odio! Ojalá que nunca logres conocer a nadie, ¡que no logres tener amigos!”

Nunca más la vio, ella viajó de regreso a Francia, pero ahora solo con su madre. Ninguno de estos sucesos, fueron conocidos en la familia de Alberto. Él lo mantuvo en secreto, tanto que su alma cubrió la herida y le hizo olvidar todo hasta ahora.

05 noviembre, 2012

Pero, cuando llegó… (sexta parte)


Al día siguiente, y ya más calmado, Alberto pudo comprobar que en la entrada de su casa no había restos de cabello, entonces supuso que su imaginación le había jugado una mala pasada. Se dispuso a caminar como todos los días rumbo al instituto, pero la ruta no fue la misma esta vez. A mitad del camino, sintió unos pasos tras de él. Gráciles, pero lo suficientemente fuertes, para que comprendiera de qué persona se trataba.

El raro volteó, creyendo predecir lo que se avecinaba. Pero, grande fue su sorpresa, cuando en vez de recibir un saludo cotidiano, sintió la suavidad de los brazos desnudos de Sofía. Su cabeza entregada a su pecho, tan cerca que podía sentir el aroma de su cabello, el cual rozaba sus mejillas. Este abrazo transmitía una cálida nostalgia, una imagen borrosa e intermitente, la cual no podía descifrar.

“¿A qué se debe tal muestra de cari…?” La frase no pudo ser completada. Los labios del cazador habían sido cerrados por los dedos fríos de la presa. Luego de esto, ella se apartó y caminó por el mismo sendero.

“Otra vez…otra vez me has dejado anonadado… ¿Quién eres? ¿Por qué mi cerebro creó la ilusión de recordarte?” La miraba mientras se hacía estas preguntas, se mordía las uñas, se secaba con un pañuelo el nerviosismo. “Tengo que aclararlo hoy. Tengo que saber quién eres, quizás formas parte de mi pasado, puede ser un espécimen que pude borrar de mi memoria… ¡no! imposible olvidar a alguien así, alguien tan particular, distinto…” Los pensamientos se detuvieron abruptamente al observar que Sofía estrechaba la mano con el conserje. Solapadamente al mismo tiempo, le entregaba dinero, mientras él le mostraba una sonrisa maliciosa.

“Ella se aseguró, de que lo viera. Me esperó. ¿Pero qué significa esto? ¿Es que acaso lo sabe? ¿Sabe quién soy? ¿Por eso mandó al conserje a detenerme?” Dejando de lado la razón corrió tras Sofía, apretándole el brazo y susurrándole al oído: “¿Por qué?”

“Esa no es la pregunta” le contestó. Acto seguido lo abofeteó, logrando zafarse de Alberto, quien lucía derrotado. Los alumnos que lo vieron, empezaron a murmurar, y las voces que al principio fueron suaves, se transformaron en el barullo más grande que haya habido ese año. El rumor se esparció rápidamente y antes de que el raro pudiese reaccionar, Frank ya estaba dándole puñetazos, mientras el círculo de alumnos apostaba que ganaría el “matón del instituto”. Sin embargo, una mano detuvo la pelea. Alberto creía que otra vez había sido Luis, mas esta vez fue el director, el cual lo llevó a su oficina castigado hasta que terminase el día.

Ya era tarde cuando el raro se dirigió hacia su casa. Todos los alumnos se habían ido. Y el sol ya moría anunciando la noche. Una noche pálida, que él creía que no le daría más sobresaltos, hasta que llegó a su morada, otrora un fuerte seguro, y que sin embargo, en ese momento se había convertido en la peor de las pesadillas: Sofía lo esperaba en el comedor.

16 septiembre, 2012

Pero, cuando llegó… (quinta parte)

La presa se había escapado. “Estuve tan cerca de saber dónde vive” Aquel pensamiento estuvo persiguiéndolo todo el día, hasta que una idea, marcada en su rostro como una sonrisa macabra, llegó a su mente. “¡Cómo no lo pensé antes!...maldito sentimiento de tristeza que nubló mi capacidad de razonar”

Su plan era simple, aunque arriesgado, jamás antes había tenido que recurrir a algo así. Pero, el tiempo apremiaba, sabía que si llegaba a conocer a la familia en aquel momento de luto, no necesitaría de mucho esfuerzo. Y así tendría más tiempo para llenar más y más sus fólderes.

Estos “catálogos de personas” que estaban en el sótano de su casa, guardados celosamente en una caja metálica, debajo de un mueble, que yacía inerte en el mismo lugar hacía ya muchos años. Un escalofrío recorría su cuerpo cada vez que miraba ese mueble, un impulso frenético de querer tener entre sus manos, ese metal frío que contenía todo su trabajo, toda su vida…

Lo difícil del plan, no era esconderse en el colegio hasta que anochezca, sino salir del mismo, sin que nadie se percatara de su búsqueda en la oficina del director. Si alguien era más ordenado y pulcro que el raro, ese era el director Jiménez. Un tipo rudo, que había huido con su madre de su ciudad natal, por culpa de un padre, que les pegaba a los dos. Ese fue uno de los tantos datos que pudo guardar en sus fólderes. Y ahora, era un recuerdo que venía a su mente, cuando atónito se preguntaba el porqué del desorden en la oficina de Jiménez.

“¿Quién querría robar algo aquí?” Se preguntaba el cazador. Posibles respuestas llegaban a su mente, pero se desechaban una tras otra, no había nada de valor en aquella habitación. La investigación de qué podrían haber buscado en ese lugar seguía en marcha, hasta que el joven se encontró con el escritorio, donde guardaban los datos de los alumnos. La sorpresa fue mayor, cuando no encontró el documento que contenía la dirección de la casa de Sofía. Y como si de un presentimiento se tratara, buscó su documento, el cual extrañamente también había desaparecido.

Por primera vez en su vida sintió miedo (o al menos eso era lo que recordaba) Sintió la transpiración helada que corría velozmente por su espalda y por su frente. Quizá hubiese quedado de pie, inmóvil, junto al escritorio desordenado, durante horas si es que el sonido de las botas de Juan, el conserje, no lo hubiese alertado. Y es que Alberto sabía de antemano, que él era el que se quedaba cuidando el instituto de posibles robos.

Era poco el tiempo que quedaba, debía ser rápido, así que forzó la ventana, la cual daba directamente al patio, y salió por allí. Estando ya afuera de la oficina, corrió hasta llegar a un muro de baja altura, el cual le había servido también de entrada, y escapó.

Caminando, ya lejos del instituto, y con la madrugada de compañía, quiso concentrarse en lo que había sucedido, pero no pudo, a la vez que creyó que su paranoia aumentaba cuando al estar al frente de su casa, vio restos de cabello, de igual color que los de Sofi, regados en el suelo.  

13 agosto, 2012

Pero, cuando llegó… (cuarta parte)

Alberto no terminaba de asimilar el hecho de que quiso llorar, y sin embargo, otro suceso impactante le terminaba explotando en la cabeza.

- Ella tenía cáncer. Vinimos hasta aquí, porque teníamos a un conocido, un doctor… pero… mi madre no soportó… - Sofía, terminó de hablar y se echó a llorar en el pecho del joven.

“¡Pensé que sería más difícil!, tu madre me ha ayudado, y no sabes cuanto…” esa frase macabra sonaba en la mente del cazador. Todo calzaba, ahora era solamente cuestión de elegir las palabras correctas y llegar al corazón mismo de la familia. La muerte de un ser querido abre puertas directas al alma.

“Sofía, te apoyaré en todo lo que pueda. Te acompañaré, estaré a tu lado. Ahora mismo vamos a tu casa…” la presa cortó las palabras de Al. “No, sé que quieres ayudarme, pero es un momento muy personal, si te lo conté, era porque necesitaba desahogarme...lo entiendes, ¿verdad?”

El raro estaba lleno de ira, pero que no reflejaba en el rostro. Lo único que pudo hacer, es mover la cabeza de arriba hacia abajo, confirmando de que entendía a Sofi.

La joven se despidió sin decir ninguna palabra, solamente con un beso en la frente. Alberto, cogió una regla de madera que tenía a la mano, esperó unos minutos para asegurarse realmente de que no hubiese nadie cerca. Y entonces, empezó a golpear un globo terráqueo hasta dejarlo hecho trizas. Cuando se calmó, guardó los trozos en su mochila y se fue corriendo del salón, tratando de localizar a Sofía. Necesitaba seguirla y descubrir dónde vivía. Así podría tener un punto de partida. O al menos, dónde poder investigar cuando él faltara a clases por “motivos de salud”…

“¡Te encontré! Ahora podré conocerte más” pensaba Alberto, hasta que el conserje, se interpuso en su camino diciéndole:

- ¿A dónde va jovencito? Usted debería estar en clase, no merodeando cerca de la salida. Por favor regrese a su aula.

Alberto, nuevamente ofuscado, intentó esquivar a su obstáculo, pero la mole humana que se había impuesto, no cedía. Todo hubiese quedado en una anécdota que plasmar en sus fólderes, si es que no hubiese llegado el director…

- ¡Y usted! Lo mandé hace unos minutos a una tarea urgente, entonces, ¿qué es lo que hace aquí? Es la primera vez que lo hace y quiero que sea la última. No puede estar perdiendo el tiempo aquí, para eso no lo he contratado, ¿me entendió?

- ¡Sí, jefe! No se volverá a repetir – dijo avergonzado el conserje.

El raro estaba por escabullirse para que el director no le dijese nada, pero no tuvo el tiempo suficiente, así que tuvo que escucharlo:

- Oiga, si quiere malograr su futuro no es asunto mío, eso no me molesta. Lo que me molesta es, que a pesar de que mando a este pelele a limpiar mi baño, se pone a molestar a los vagos como usted.

16 julio, 2012

Pero, cuando llegó… (tercera parte)

Frank estaba por irse, seguro de que Alberto no volvería a meterse con Sofía. Pero, escuchó: “Puedes mandarme al hospital, pero eso no cambiará el hecho de que nunca alguien como yo te obedecerá”

La rabia del “matón del instituto”, hizo que apretara con fuerza el cuello del raro. A pesar de ello, Alberto no luchaba, no mostraba signos de querer conservar su vida. Y cuando estaba a punto de desmayarse sintió que el aire, aunque con dificultad, regresaba a sus pulmones. Un minuto después logró incorporarse percatándose de que, su antiguo “amigo” Luis, discutía con su hermano: Frank.

- ¡¿Qué es lo que te sucede?! No me importa lo que quieras hacer de tu vida, ¡pero sé considerado y respeta a nuestra madre! ¡Tú sabes que ella sufriría si te expulsaran por una estupidez como esta!

- ¡Déjame en paz! No son tus asuntos – el matón estaba por irse cuando dirigió una mirada de odio a Alberto – ¡No te le acerques, te lo advierto!

El cazador quería contestarle, pero no pudo: su voz no le respondía, apenas un pequeño silbido salía de su garganta.

- ¿Para qué te esfuerzas, idiota? ¿Acaso quieres morir? – dijo Luis ante un despreocupado Alberto - No sé qué pasará por tu cabeza, pero quiero que sepas, que fuiste casi un hermano para mí, y aunque ahora seas huraño con todos, procuraré que no seas blanco de los ataques de cualquier persona, aunque sea mi hermano de sangre…

El raro se fue antes de que su “amigo” terminara de hablar, caminó hasta llegar a un salón vacío. Se aseguró que no hubiese nadie por el pasillo, cerró la puerta y sentado en un rincón, intentó llorar, pero no pudo. “¿Qué es lo que me pasa? Yo no me quiebro, no soy frágil, conozco mi misión… la mayoría no la conoce y vive como animales… aun así quiero llorar…"

Alberto estaba por renunciar a su propósito cuando sintió una mano fría apoyada en su cabeza. La levantó y descubrió a Sofía con una mirada entristecida, a punto de llorar.

- No sé lo que estarás pasando Al, pero sea lo que sea, sabes que aquí tienes a una amiga. Cuenta conmigo para lo que desees – balbuceó la joven.

Las lágrimas empezaron a empujarse una tras otra en el rostro de la francesa, Alberto se levantó, la abrazó con fuerza y le susurró al oído: “Tú también debes contar conmigo para todo, no importa lo que hagas, no importa lo que te haya pasado. Descarga todo lo que sientas en este corazón, vacía tus sentimientos en mí. Siempre estaré cuando me necesites, aunque recién nos estemos conociendo. Y si estamos claros en eso, dime qué sucede, Sofi.”

Sofía, que había empezado a temblar, logró decir, con la voz entrecortada:

- Mi madre ha muerto…

02 julio, 2012

Pero, cuando llegó… (segunda parte)

Y ese nuevo mundo había llegado desde Francia, en un intercambio de estudiantes. Su estatura bordeaba el metro setenta y cinco, de contextura delgada, cabello rubio, ojos café, nariz perfilada, labios finos. Todo solamente superficial, la prueba era conocer a esta chica y lograr clasificarla.

“Algo tan sencillo, tan fácil de realizar…” maquinaba Alberto, que recostado en una esquina del patio, y sin “amigos” alrededor, no se había percatado de la mano extendida sobre él.

“¡Hola!, mi nombre es Sofía” El acento de la pequeña francesa llegó al oído del joven al mismo tiempo que él reaccionaba, incorporándose y respondiendo al saludo afablemente: “¡Bienvenida a mi país, Sofía! Mi nombre es Alberto, un gusto conocerte”.

Era la primera vez que la presa se acercaba al cazador, pero al “raro” no le intimidaba esta situación, por el contrario, le gustaba. “Ella dio el primer paso, ahora me toca a mí jugar”, pensaba, mientras le mostraba el instituto, y ella, encantada viendo cómo robaba la atención de todo el alumnado, (como se puede imaginar, el lado masculino era el que andaba más atento).

Antes de llegar a la oficina del director, el joven comprendió que había sido engañado: ¡los nuevos alumnos son llevados inmediatamente ante el director! “¿Cómo pude ser tan ingenuo?” Se preguntaba una y otra vez Alberto, abstrayéndose de lo que le rodeaba, hasta que la presa lo introdujo nuevamente a la realidad:

- Al…¿te puedo decir Al, verdad?

- ¡Claro! Sofi – respondió estupefacto el “cazador”.

- ¡Qué bueno! Ya nos iremos conociendo mejor – dijo Sofía, y cuando estaba por despedirse miró de un modo extraño a Alberto – Sin embargo… creo que ya descubriste mi pequeña mentira… lo hice porque quería a algún estudiante como tú, para que me muestre el instituto. ¿Me perdonas, guapo?

- … ¡No hay problema! Despreocúpate Sofi, te entiendo – respondió Alberto lleno de más interrogantes.

Sofi sonrió de oreja a oreja y se despidió con un beso en la mejilla, casi rozando los labios de Al. “¡Por fin se fue! Ahora tengo que analizar lo que sucedió aquí… siento que me ha mentido, que ella tenía otra razón para que yo, específicamente yo, la acompañe.” Pensaba Alberto antes de entrar al baño del instituto.

“¡No seas idiota, es ilógico! ¿Cómo puedes pensar que alguien de otro país, a la que no has visto nunca, te busque específicamente a ti?” Alberto se mojó el rostro y se quedó mirando el espejo del baño durante unos minutos hasta que sintió un fuerte dolor en la espalda que lo hizo voltearse… era Frank, que había golpeado con su codo al “raro.

- Vaya, vaya, así que ¿vas a acosar a la chica nueva? Métete con ella otra vez y no podrás levantarte nunca más. ¡Te lo advierto!

31 mayo, 2012

Pero, cuando llegó...

Alberto era un joven apático y observador. Tenía un hábito extraño, que desarrolló de niño: a cada persona que conocía, tenía que investigarla. El asunto hubiese quedado en un juego, si es que Alberto se hubiera relacionado con otros niños de su edad. Pero, con el pasar de los años, se agravó la situación. El adolescente se había ganado el apelativo de “raro”, “extraño”. En todo el barrio se corría el rumor de que practicaba brujería en el sótano de su casa, que comía carne cruda, que se tatuaba por cada animal que sacrificaba, sin embargo todo era falso; nadie se había percatado de lo que en verdad hacía el muchacho.

El “raro” jamás se inmutaba por lo que decían de él, ni siquiera cuando se lo decían en su cara y le pegaban. Él solamente se encofaba, de forma ordenada, en su peculiar ocio. Su metodología era, la mayoría de veces, simple:

Primero, presentarse al visitante, ya sea un nuevo vecino, o un nuevo compañero de instituto. Ser lo más carismático y afable que se pueda, pero sin llegar a incomodar al recién llegado. Segundo, conocer su casa, (después de una o dos semanas, según el sujeto). Ser respetuoso al conocer a la familia, y ser lo más encantador para las mujeres de la misma. Tercero, seleccionar la información más relevante, para guardarla en fólderes especiales (¿han escuchados de los taxónomos, o de los coleccionistas de especies raras? Pues bien, Alberto era una especie de taxónomo, pero que clasificaba a las personas, como si fuesen especímenes a los que se debe analizar)

Cuando ya tenía todo reunido buscaba desaparecer de la vida de los “sujetos de prueba”. Lo hacía, básicamente, al mostrarse huraño y hasta agresivo contra aquellos, quienes habían sido antes sus “amigos”.

Todo era limpio, perfecto, cuando las cosas eran así de simples, pero por cada veinte casos de esa naturaleza, aparecía uno, que complicaba todo el proceso inmaculado. A veces Alberto tenía que ser el “novio de”, o el “hermano de”, para lograr su cometido, y aun así se le hacía difícil, porque mayormente esas familias eran cerradas a la comunicación. Existieron casos en los que se demoró hasta cinco meses para lograr “clasificar” a una familia en sus peculiares fólderes.

Pero, lo que no sabía, era que en su último año en el instituto, encontraría un caso único, un caso que le abriría los ojos a un nuevo mundo…

21 abril, 2012

Cuando tu ocaso se convirtió en el mío (quinta parte)

Desde el primer momento que la vi, una pequeña llama se encendió, y de allí en adelante empezó a crecer. Cada día era un pequeño nuevo comienzo en nuestras vidas. Teníamos todo a nuestra disposición: techo, comida, agua, y lo más importante: nos teníamos el uno al otro. Y sin embargo había un pensamiento que me perseguía.

Desde hacía un mes le había planteado a Paula de que si existiese aún la posibilidad de que se convierta en una de esas criaturas, me permitiera llevar el mismo destino (maldita palabra). Ella se negó hasta el día en que cayó enferma. La cuidé y me di cuenta de que, aunque hasta ese momento no se había transformado, la enfermedad estaba avanzando. A esta conclusión llegué, cuando me mordió la mano, cicatrizándose rápidamente.

Ella me pidió disculpas, yo le dije que no era su culpa, que más bien era algo bueno, porque ahora llevábamos el mismo destino. Las horas pasaron, pero ella no mejoraba, así que tomé la decisión de buscar a los “monstruos”, sí, de quienes nos ocultábamos, porque sólo ellos tenían la información para afrontar lo que le sucedía a Paula.

Cuando llegué, encontré dos hombres resguardando la entrada, les dije que quería ver a su jefe, se miraron entre ellos y me dejaron entrar. Ya adentro, un “monstruo” alto y fornido se presentó como “El señor Gutiérrez” y me dijo: “¿Sabes que no vas a salir de aquí con vida?” No le hice caso preguntándole: “¿Hay alguna forma de revertir la transformación o de no dejar que se complete?” Gutiérrez me miró extrañado, luego empezó a reír. Reconocí la risa, pero el sujeto rubio de veintitantos ya no era ni la sombra de lo que fue. Su pelo se había ennegrecido y su piel de igual forma. Cuando terminó de reír me contestó: “Lo único que sé es que no todos se convierten, eso fue lo único que nos dijeron nuestros padres antes de irse” Terminada la respuesta volvió a reír.

No había plan después de que me contestara, sólo sabía que tenía que huir de allí. Y eso fue precisamente lo que hice hasta que estuve lejos de esa casa y oí a lo lejos: “¡Corre, nos encantan las presas que huyen!”

Cuando llegué al campamento Paula estaba convulsionando. Pensé: “Es el momento, se convertirá dentro de poco” Tomé su mano, ella me miró y movió su cabeza de un lado al otro. No le entendí. Ella cerró los ojos, pero no los volvió a abrir. Empecé desesperadamente a mover sus manos, a acariciar su rostro, era en vano, esperé sentando, creyendo que en cualquier momento volvería a perderme en sus pupilas, como la primera vez, pero no, se había ido para siempre. Entonces sentí un gran calor y me desmayé.

Al despertar estaba nuevamente en la casa de “los monstruos”. Eran nueve más “Gutiérrez”, me miraban y movían su cabeza de arriba hacia abajo. Tampoco lo entendí. Intenté liberarme de la silla donde estaba amarrado, pero cuando estaba a punto de soltarme empezaron a morderme los brazos. El dolor era intenso, hasta que empecé a ver todo borroso, vi a Paula llorando, vi a mis padres, vi a mis amigos, vi la casa rodeada de árboles quemándose, me vi volando para atrapar a una chica que se parecía a Paula…

Cuando por fin pude reaccionar, sentí cómo si todos mis músculos se hubiesen contraído. Era dolor lo que sentía, pero lo que hizo que el dolor se convirtiera en rabia fue ver la sonrisa de todos los presentes. Agarré una hoz que estaba cerca a mí y corté la cabeza de uno, así empezó mi venganza, aunque ninguno puso resistencia. Dejé al último a “Gutiérrez” y cuando estaba a punto de cortar la yugular, me dijo: “Sólo uno de tu especie puede matarte, nada más puede matarte. No todos se convierten, algunos mueren antes. Otros escapan, pero luego vuelven para formar una comunidad, una comunidad que tiene como propósito crear más de nosotros para que tomen nuestro lugar y nos liberen. Eh, tenemos dificultad en el olfato y en la vista, pero se compensa con la capacidad de volar. El gobierno sabe de nosotros, pero jamás te enfrentes a ellos, o sino hazlo discreta…” No dejé que terminara la frase. La ira cargada en mí hizo que le volara la cabeza.

Antes de irme de la casa, utilicé galones de gasolina, que había en la casa, para quemarla. Cuando me fui del lugar, intenté cortarme las venas, pero cicatrizaban a los pocos segundos. Corrí hacia donde dejé a Paula; ella seguía allí, o al menos su cuerpo seguía allí. Lloré amargamente por días enteros, caminé hacia el mar, pero cualquier animal que notara mi presencia huía. Sabía entonces qué hacer, convertir a alguien más y que después me libere.

Es por eso que tuve que cazar. Pero cuando llegó la hora de dejar viva a mi presa, vi el rostro de Paula, recordé cómo ella había sufrido para luego morir. Luego vi el rostro de Gutiérrez y recordé lo horrible de tener que vivir así, aunque sea por poco tiempo. No tuve el valor de mantener a mi presa viva, y la maté.

Así fueron muchas víctimas: las mordía y cuando las iba a dejar vivir, volvía la culpa. Pasaron varios meses y poco a poco perdí mi capacidad de sentir lástima, odio, resignación. Poco a poco mi necesidad de comer fue relegando cualquier otra necesidad, cualquier otro sentimiento. Así es cómo ahora ¿vivo? Quizá sea esta la última vez, que recuerde cómo era sentir, cómo era odiar, cómo era amar…

20 abril, 2012

Cuando tu ocaso se convirtió en el mío (cuarta parte)

La casa era grande, realmente grande. Con ventanas sólo en la parte alta y con varios árboles rodeándola.

Paula me propuso subirnos a un árbol para ver si había alguien dentro. Desde lo alto vimos un camión de bomberos que iba a toda velocidad, no le dimos importancia. “Fue fácil treparse, además con esta ventana abierta podremos escuchar todo” me dijo Paula. Pero los acontecimientos que se dieron en esa casa sí que fueron difíciles, muy difíciles de digerir.

Gracias a esa pequeña abertura pudimos escuchar la conversación. Allí estaba el grupo de “monstruos”, así me lo señaló Paula; también había un joven, de unos veintitantos años, rubio, amarrado en una silla y que recientemente había sido golpeado. Uno tras otro le recriminaban del porqué se escapó, que ahora tenían que estar más unidos, porque “una” si había logrado huir. Paula y yo nos miramos intrigados. Después de unos minutos sin decirse nada, desamarraron al chico, para luego morderlo en los brazos. La escena era dantesca, en las facciones del chico se veía el dolor, pero no hacía nada para apartarse. Luego de esto, el joven empezó a convulsionar. La escena erizó mi piel. Paula no aguantó, se apartó de la ventana aferrándose fuertemente contra mi pecho. Yo seguí viendo: el chico ya no se movía, los “monstruos” se limpiaban la boca, y cuando creí que eran parte de una secta sangrienta, lo inexplicable sucedió: el cuerpo antes inerte, empezó a moverse, hasta que logró ponerse en pie. Cuando logró su objetivo empezó a reír, era una risa seca, como cuando uno no toma agua por un buen tiempo. Para ese momento, Paula estaba nuevamente viendo por la ventana y me hizo señas que me permitieron saber que sus heridas estaban cerradas. No había más que ver; por instinto, bajamos del árbol y nos fuimos rápido, pero sin hacer ruido, por el mismo camino de dónde habíamos venido.

Lo peor de ese día llegaría, poco antes de las 0:00 horas. La casa que hacía una hora habíamos dejado atrás para embarcarnos al encuentro de lo desconocido, ahora era escombros. Las casas de los vecinos estaban desmoronándose. Los bomberos hacían lo que podían. Paula, buscaba a sus padres, preguntando a cada bombero que encontraba. Yo no sabía qué hacer. Miraba para cada lado viendo desesperación y dolor en muchas personas. Otros, sin embargo, sólo eran curiosos, que veían cómo seguía el incendio.

No sé si fue por el destino (en ese tiempo creía en él), pero logré ver a lo lejos a los “monstruos” que venían acercándose. Imagino que habrá sido la adrenalina del momento, porque lo único que recuerdo es que fui corriendo donde Paula, la agarré del brazo y la llevé corriendo hasta escondernos debajo de un auto, fuera del alcance de las llamas. Los siguientes minutos fueron grito tras grito. Yo escuché todos y cada uno de ellos. Paula sólo escuchó algunos, porque después de que le tapé sus oídos, se desmayó.

Tuve que esperar treinta minutos de angustia, ver cómo caían las personas al suelo, totalmente ensangrentadas, aún vivas, viéndome directamente a los ojos. Eran animales, pero intuí que algún sentido les fallaba, porque ellos estaban allí por “la chica que escapó”, pero no buscaban por dónde estábamos nosotros. Aun así me temía lo peor. Mas para mi alivio, no nos sucedió nada, y antes del amanecer se habían ido. Salí del auto cargando a Paula. La escena era horrible, pero lo que terminó sorprendiendo más, fue el hecho de que no había ni un solo policía.

Caminé hasta mi casa, es decir unas veinte cuadras. Al entrar, me percaté que mis padres dormían, todo era silencio. Subí a mi cuarto y dejé a Paula en mi cama. Terminé durmiéndome sentado en una esquina de mi habitación.

Cuando desperté ella miraba por mi ventana. Me dijo sin apartar la vista de la calle: “Debo irme, tarde o temprano me encontrarán y no quiero que te pase lo mismo que a mí” Ante esta frase, me levanté y le dije: “Desde hoy nunca te dejaré sola, jamás” (jamás debí hacer esa promesa).

Ella no quería que la acompañara, pero yo sabía que si la dejaba ir, jamás la volvería a ver, y no estaba preparado para eso. Así que hice mis maletas, dejé una nota en el refrigerador para mis padres (nunca más los volví a ver) y me fui con ella sin un rumbo establecido, sólo escapando. Así pasaron tres meses, entre campamentos improvisados en bosques, en casas abandonadas. Así pasaron tres meses, y nos enamoramos…

26 marzo, 2012

Cuando tu ocaso se convirtió en el mío (tercera parte)

“Todas las noches solía pasear a mi perro. Pero, la noche antes de que me encontraras, ocurrió algo terrible…” En ese preciso momento, las lágrimas recorrieron sus mejillas, y empezó a temblar. Por reacción, la agarré de las manos y la miré a los ojos. Nuevamente, creo, que le dije algo con la mirada, porque empezó a tranquilizarse. “…Vi a un grupo de muchachos que tenían aspecto de delincuentes, ya sabes, mal vestidos, cicatrices en el rostro. Decidí entonces, cruzar a la otra vereda, pero ellos también lo hicieron. Empecé a caminar más rápido, pero me imitaron, hasta que llegué a una esquina, donde empecé a correr, hasta llegar a casa. Ya allí, subí a mi cuarto, cerré la puerta con llave y me metí con mi perro debajo de las sábanas, esperando a que mis padres llegaran. Después de un tiempo de esperar, me tranquilicé, quedándome dormida. Pero, cuando desperté…” Las lágrimas volvieron, pero esta vez las sequé con mis dedos, recorriendo su rostro, cada vez que una aparecía. “…los mismos sujetos de quienes había huido, estaban en mi cuarto. Se empezaron a reír cuando intenté huir, uno de ellos me atrapó, diciéndome que dolería, pero sólo al principio. Luché por librarme de esos “monstruos”, pero no pude y antes que me diese cuenta, uno de ellos me mordió las muñecas”

Hasta ese momento, había escuchado con atención todo lo que me tenía que contar aquella chica, pero cuando dijo: “… me mordió las muñecas” me quedé estupefacto. Ella se percató rápidamente de mi reacción, por lo que me agarró de las manos y fijó su mirada en la mía. “Es difícil de creer, pero esa es mi historia… luego de que me mordieran, saltaron uno tras otro por la ventana. Atemorizada, busqué mi celular, pero no lo encontré. Entonces, salí por ayuda, caminando por muchas calles vacías, luego lo único que recuerdo es que estaba entre aquellos arbustos. No tengo idea de cómo pude llegar hasta allí”

Aunque la historia sonase a ficción, estaba convencido de su veracidad. Verdad era lo que sus ojos trasmitían a mi alma. Es por ello, que acepté a develar el misterio que la envolvía. Así, pactamos en encontrarnos en la noche, la iría a ver a su casa.

Esperé nervioso, a que llegara la hora pactada. Pero, media hora antes, ya estaba parado en frente de su casa. Su madre, fue quien me invitó a entrar, y estando en la sala, me dijo: “Paula va a bajar en un momento”. Es así como supe su nombre, (sí, aunque no se pueda creer, no me había dicho su nombre,). Ella bajó después de unos minutos y salimos. En el camino me dijo que le había mentido a su madre, supuestamente iríamos a un centro comercial. Es allí que preguntó por mi nombre con una amplia sonrisa. Yo le respondí con otra sonrisa: “Javier… y tú eres Paula” Ella, asintió con la cabeza, sonriéndome una vez más.

Después de unos minutos, llegamos donde Paula había visto a los “monstruos”; ellos estaban allí. Los seguimos, hasta una gran casa…

21 febrero, 2012

Cuando tu ocaso se convirtió en el mío (segunda parte)

¿Les dije antes que no sentía nada, excepto el querer comer? Pues, ahora resulta que tengo otro sentimiento, y a mi parecer puede estar entre culpa, disgusto o sufrimiento. No lo sé con exactitud. Ya ni siquiera recuerdo cómo era sentirlos. Lo único concreto ahora, es que estoy mordiendo el cuello de una chica, que no debe pasar los veinticinco años, y que las lágrimas vuelven a brotar…Unos días antes de convertirme, en lo que sea que me haya convertido, después de salir de clases, mis amigos, me invitaron a comer, pero los rechacé por irme a caminar y meditar (no estoy seguro si fue la peor decisión que pude haber tomado en toda mi vida)… ¡Rayos! ¡Se está convirtiendo! Jamás alguien se había transformado en tan poco tiempo, ahora no sé si matarla, o huir… ¡ah! Pero, ¿por qué me pregunto esto? Ya elegí mi decisión, ¿quién soy yo para hacerla “sufrir” por toda la eternidad?...

Como les iba contando, después de rechazar la propuesta me dirigí hacia mi casa, pero aquel designio del destino y aquella decisión que tomé, permitieron que cortara mi camino, para auxiliar a una chica de unos diecinueve años, oculta tras unos arbustos y con las muñecas ensangrentadas. Me acerqué, nervioso, diciéndole que le traería ayuda, a lo que ella me contestó raudamente que no lo hiciera, que ya estaba perdida. Creyendo lastimosamente que moriría, le hice caso a su petición, acompañándola, en los que creí, eran sus últimos minutos de vida. Y creí que mis sospechas eran verdaderas, cuando, momentos más tarde, tomándome de las manos, “murió”. Nervioso, entonces, reuní fuerzas y la llevé cargada a la universidad, pero a mitad del camino, me agarró la camisa diciéndome suavemente: “Estoy bien, bájame”

Mi sorpresa fue total, cuando me percaté que sus muñecas estaban curadas. Le quise preguntar qué le había ocurrido, pero mi estupefacción no me dejó interrogarla, y le permitió a ella, correr hacia rumbo desconocido (dicen que las primeras impresiones valen mucho, y la que ella me había dejado, que aunque rara, quedó rondando en mis pensamientos durante los siguientes días) Mis amigos, que notaron cierto aire de nostalgia en mi mirada, me convencieron de contarles aquella “historia poco creíble”, como ellos la llamaron.

Pasó una semana sin saber nada de ella. Mi alma, resignada a ya no verla más, cambió mi estado de humor. La nostalgia no se encontraba más, ni en mis ojos ni en mis palabras. Pero, la vida siempre da sorpresas, y cuando menos lo esperaba volví a verla… Era otra tarde después de las clases de la universidad; estaba con mis amigos e iba a almorzar, cuando uno de ellos me dijo: “¡Eh! ¡Mira! Allá hay una chica que mira para acá como buscando a alguien, quizás es la chica de la que nos hablaste jajaja” Es allí, cuando volteo, la veo, y ella me ve. Fueron segundos de palpitación acelerada, y decisiones apresuradas, las cuales me llevaron a dejar a mis amigos en plena conversación, para ir tras “la chica”.

Cuando llegué hacia ella nos quedamos en silencio. No sabía qué era lo que sucedía. Pero, mi corazón volvía a acelerar su marcha. Ella, fue la primera que habló: “Es raro, no te conozco, pero eres la única persona que me vio lastimada, y quizás una de las pocas en las que puedo confiar” Creo, que asentí con la mirada, porque ella me dijo: “Gracias por no abandonarme la primera vez que nos vimos, ahora tengo que contarte lo que me pasó…”