05 noviembre, 2012

Pero, cuando llegó… (sexta parte)


Al día siguiente, y ya más calmado, Alberto pudo comprobar que en la entrada de su casa no había restos de cabello, entonces supuso que su imaginación le había jugado una mala pasada. Se dispuso a caminar como todos los días rumbo al instituto, pero la ruta no fue la misma esta vez. A mitad del camino, sintió unos pasos tras de él. Gráciles, pero lo suficientemente fuertes, para que comprendiera de qué persona se trataba.

El raro volteó, creyendo predecir lo que se avecinaba. Pero, grande fue su sorpresa, cuando en vez de recibir un saludo cotidiano, sintió la suavidad de los brazos desnudos de Sofía. Su cabeza entregada a su pecho, tan cerca que podía sentir el aroma de su cabello, el cual rozaba sus mejillas. Este abrazo transmitía una cálida nostalgia, una imagen borrosa e intermitente, la cual no podía descifrar.

“¿A qué se debe tal muestra de cari…?” La frase no pudo ser completada. Los labios del cazador habían sido cerrados por los dedos fríos de la presa. Luego de esto, ella se apartó y caminó por el mismo sendero.

“Otra vez…otra vez me has dejado anonadado… ¿Quién eres? ¿Por qué mi cerebro creó la ilusión de recordarte?” La miraba mientras se hacía estas preguntas, se mordía las uñas, se secaba con un pañuelo el nerviosismo. “Tengo que aclararlo hoy. Tengo que saber quién eres, quizás formas parte de mi pasado, puede ser un espécimen que pude borrar de mi memoria… ¡no! imposible olvidar a alguien así, alguien tan particular, distinto…” Los pensamientos se detuvieron abruptamente al observar que Sofía estrechaba la mano con el conserje. Solapadamente al mismo tiempo, le entregaba dinero, mientras él le mostraba una sonrisa maliciosa.

“Ella se aseguró, de que lo viera. Me esperó. ¿Pero qué significa esto? ¿Es que acaso lo sabe? ¿Sabe quién soy? ¿Por eso mandó al conserje a detenerme?” Dejando de lado la razón corrió tras Sofía, apretándole el brazo y susurrándole al oído: “¿Por qué?”

“Esa no es la pregunta” le contestó. Acto seguido lo abofeteó, logrando zafarse de Alberto, quien lucía derrotado. Los alumnos que lo vieron, empezaron a murmurar, y las voces que al principio fueron suaves, se transformaron en el barullo más grande que haya habido ese año. El rumor se esparció rápidamente y antes de que el raro pudiese reaccionar, Frank ya estaba dándole puñetazos, mientras el círculo de alumnos apostaba que ganaría el “matón del instituto”. Sin embargo, una mano detuvo la pelea. Alberto creía que otra vez había sido Luis, mas esta vez fue el director, el cual lo llevó a su oficina castigado hasta que terminase el día.

Ya era tarde cuando el raro se dirigió hacia su casa. Todos los alumnos se habían ido. Y el sol ya moría anunciando la noche. Una noche pálida, que él creía que no le daría más sobresaltos, hasta que llegó a su morada, otrora un fuerte seguro, y que sin embargo, en ese momento se había convertido en la peor de las pesadillas: Sofía lo esperaba en el comedor.

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