22 febrero, 2015

Entra... (tercera parte)


La cara de Martín palideció, sus piernas no le respondían a pesar de que quería correr. Creyó que Paulo sentía lo mismo, sin embargo fue él quien abrió la puerta y contempló la escena: el piso lleno de un líquido espeso y rojo, olor a putrefacción y el chillido de decenas de roedores. Paulo, entonces, se acercó al mostrador viendo cómo las ratas se comían el cuerpo del señor Eusebio. Entraban y salían por su camisa desabotonada, buscando de dónde obtener más carne

Lo más aterrador, era que en la puerta estaba escrito con sangre: “No entren… no entren”. Martín, aterrorizado, solo atinó a gritar:

- ¡Mamá!

Fue en esos instantes que entraron dos policías por la puerta de la entrada, observaron la escena y llevaron a los niños afuera.

La noticia del horrible asesinato del señor Eusebio fue noticia en el pueblo por varios meses. Usada como leyenda urbana, se extendió a otros pueblos. Hasta algunas personas llegaron para entrar a la “tienda maldita”.

Pasaron muchos años, y sin embargo el asesino nunca fue encontrado. Lo único que pudo hacer la policía es saber cómo ocurrieron los hechos:

Dos semanas antes de que los niños entraran, el señor Eusebio, como cada mañana, se encontraba limpiando su tienda, pero justo antes de abrir, fue golpeado en la nuca con una maceta. Cayó al suelo, sangrando, pero aún consciente. Su agresor al percatarse de que seguía vivo lo golpeó con sus manos hasta matarlo. Pasados unos días y con el alimento guardado en su tienda, las ratas empezaron a llegar.

Hasta aquí todo hubiese sido considerado un asesinato cualquiera, pero lo que conmocionó a las personas, es que el asesino se quedó a vivir en aquella casa hasta que llegaron los policías, tomándose la molestia de asustar a Martín y Paulo, con la inscripción de “No entres… no entres”

Los más perjudicados fueron, sin duda, Martín y Paulo. El primero, reprimió sus recuerdos de ese día, sin embargo el otro, nunca se recuperó. Dicen que en el hospital psiquiátrico, donde se encuentra, repite una y otra vez: “No entres… no entres”


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