29 marzo, 2016

Los gritos en la casona

“Mi cabeza…” pensó Daniel mientras intentaba ponerse de pie. Se había quedado dormido en algún punto de la fiesta, pero su memoria le fallaba. Sus recuerdos se escapaban cada vez que intentaba reunirlos. “Estaba aquí, tomando, riéndome… hablamos de un juego raro que se practicaba en esta casona, casi mortal por los pasadizos ocultos… pero eso era en la antigüedad, cuando no habían celulares, ni las formas de comunicación actuales…”

- Concéntrate – se dijo calmadamente – Debe haber algo que me haga recordar… aparte de las botellas vacías, los muebles desordenados y el olor a alcohol.

Logró levantarse del sillón y sintió el peso del ron barato caerle. Tuvo que volver a sentarse, pero esta vez en el suelo. “¿Dónde estará la cocina? Necesito agua urgentemente” Pero para que lograra ponerse en pie tuvo que esperar casi veinte minutos. Y en ese tiempo, se sintió solo y con miedo. ¿Dónde estaban los demás? ¿Y los autos en las calles? ¿Qué día era? No podía recordar ni el porqué de la fiesta.

Transcurridos esos minutos se sintió un poco aliviado y ya con más estabilidad buscó la cocina. En esta travesía se tropezó con varios muebles, estando a punto de caerse. Pero pudo más su sed, la cual logró saciar al encontrar un grifo. Lo abrió y bebió directamente de él. 

26 marzo, 2016

Ahogarse en el camino (tercera parte)

- Ya mami. Como las modelos.

Vivir lejos de la ciudad, hasta poder cruzar la frontera, era el objetivo de la madre. Nadie le quitaría a su hija de nuevo. “Nunca más volveré a caer. Por mi hija, me lo prometo” Y la promesa que ella creyó que se volvería sencilla por el amor que le tenía a su hija, fue poco a poco perdiéndose.

- Mami, el arroz sabe amargo.

- Cómetelo, hijita.

- Es feo. No puedo.

- … ¿Crees que nos regalan la comida? Cómetelo de una buena vez.

Alba apartó el plato. No estaba siendo exagerada. La poca cantidad de dinero, la ansiedad y el miedo constante de Laura, provocaba que no haga las cosas cotidianas correctamente: cocinar, limpiar la casa, contarle a su hija cuentos antes de dormir. A veces dejaba la casa semanas sin limpiar, a veces se olvidaba de su hija, y se encerraba para martirizarse por otro día de no poder ir a otro lugar.

- ¡Cómete la maldita comida!

Agarró la cabeza de Alba violentamente con una mano, y con la otra le quiso dar una cucharada de la fría comida. Pero, se detuvo al ver la expresión de terror de su hija. Las lágrimas de ambas salieron a borbotones. Sin embargo, este no fue el único episodio de violencia.

Meses pasaron hasta que, un día, al ver a su hija con un gran hematoma en la pierna derecha, producto de las golpizas, que para ese entonces ya eran pan de cada día, decidió lo más correcto y sano.

Era un martes cualquiera, como cualquier otro, frío (porque era invierno) y doloroso (por la despedida y el triste final).

- ¡Hijita, te voy a extrañar mucho! Recuerda siempre que te querré. Espero que volvamos a vernos.

- Mami, ¿a dónde vas?

Laura no respondió. Cerró la puerta del coche, dejando a su hija. Se alejó lo suficiente para que no la vieran, y esperó a que Alberto llegara, junto con la policía. Los vio abrazarse, y su corazón se agrietó aún más, por lo que había hecho. Arrancó hasta perderse en una zona desértica, donde encontraron su cuerpo, luego de meses. La causa de la muerte fue un paro cardíaco producto de la promesa incumplida.