16 julio, 2009

Quizá

Quizá sea que no me acostumbro, quizá sea que me aferro a sus recuerdos, quizá es que soy un tonto, o sólo quizá mi corazón sea el tonto. Quisiera que alguien me diera alguna respuesta, lo que me pueda calmar. Pero no encuentro a esa alma caritativa, a esa persona que me diga lo que afecta mi todo, lo que afecta a mi corazón.
¿Por qué estoy contándoles la parte final de la historia? Debí haber empezado por el principio, pero es que en estos momentos me siento derrotado, me siento un extranjero en su ciudad natal...
Cuando la vi me di cuenta que no era una chica especial, se llamaba Erika, no tenía alguna cualidad que me atrajera a primera vista, aunque con el paso de los días la empecé a conocer; una chica excepcional, distinta a las demás, con conocimientos extensos en muchas materias en especial la materia de la vida.
Venía de Montevideo, una hermosa ciudad; sus padres se habían mudado porque tenían unos tíos que le prestarían dinero, pero ella no me dijo para qué.
Después de tres meses de haberla conocido me empecé a enamorar de ella y me decía que también ella de mí. Y como teníamos tanta confianza me confesó que el dinero que necesitaban sus padres era para tratar su enfermedad: el lupus eritematoso sistémico.
Me impresioné mucho al escuchar ese extraño nombre y ella me explicó qué es lo que significaba: le aparecían erupciones en la piel y cada vez más frecuentes.
Seis meses pasaron, ya éramos enamorados; un día nos fuimos al parque cercano de mi casa y me contó con mucha tristeza que el dinero que había reunido su familia no alcanzaba. Así que para mí esa noticia fue un grito de ayuda, de solidaridad, de amor, entonces fui al banco y saqué todos mis ahorros, llegué a la casa de mi padre y le pedí prestado setecientos mil dólares (esto parecerá excesivo, pero así fue, ya que mi padre era un excelente empresario). En total le di ochocientos cincuenta mil dólares. Ella me besó con mucha pasión y me dijo que el día del viaje me vería en el aeropuerto para viajar a EEUU. A las seis de la tarde me iba a encontrar con ella; llegué, esperé quince minutos, media hora, el avión partió y ella nunca apareció. Por eso fui a la casa de sus padres y les conté lo que había pasado, al instante ellos empezaron llorar. Me dijeron la más cruel y despiadada verdad que jamás me hayan dicho: ella nunca tuvo una enfermedad, sólo necesitaba el dinero para irse a encontrar con su novio en Argentina, que la esperaba para tener una nueva vida, lejos de sus progenitores.
Sí lo sé, soy un imbécil, quizá por esa sonrisa bella que me cautivó, por esa dulzura en su forma de hablar, esa mirada que me hacía sentir un idiota. Pero sé que ella algún día se arrepentirá, aunque personas como ella... no lo sé. Y sino el "destino" sabrá qué hacer con ella, el "destino"...