17 julio, 2010

La obsesión que lo trastornó

Su piel se estremecía, sus latidos aumentaban, cada vez que la veía caminar. Que ella pasara por esa esquina lo hacía morir y morir una y otra vez. Sus deseos no veían el momento de saciarse, de poder llegar al éxtasis. El numen se encontraba a pocos metros, de lunes a viernes, a las seis de la tarde, aproximadamente.

Desde hacía seis años seguían el mismo ritual: él buscaba su reloj, pedía al tiempo que de velocidad aumentara, se sentaba y la esperaba. Ella volteaba esa esquina como cada día, con libros en mano, su mirada distraída, y sin saber que alguien la observaba atentamente. Seis años él la estudió, por así decirlo, la contemplaba. Y poco a poco el deseo se convirtió en obsesión.

Hasta que un día se atrevió a levantarse de su sofá, abrir la puerta, bajar por las escaleras con nerviosismo, y abrir la puerta del edificio, sintiendo que su corazón, en cualquier instante, se detendría. Y el día que él se atrevió a romper la contemplación diaria, fue el que comenzó a saciar una obsesión, pero con sangre.

La mente del joven estaba distorsionada, por las imágenes, los anuncios, el bombardeo continuo y siempre renovable del Internet. Esto fue una de las pocas declaraciones que se pudo obtener de la investigación. No había ni siquiera un motivo por el cual él lo quisiera hacer, pero lo hacía.

La noche del día que empezó a llenarse de sangre en las manos, fue la misma en la cual no pudo ni siquiera acercársele: al ya estar en la vereda, la miró con entusiasmo, pensando que sería ella la que lo saludaría, imaginando, soñando que ella se acercaba y le sonreía, pero esto era producto de sus largas horas de observación, de su propio mundo. La sonrisa de un sueño se convirtió, cuando ella volteó la otra esquina, en rabia, en resignación. Su cara desencajose, y al ver a un joven cruzando por la misma esquina de antes, lo siguió y desahogó su ira en él ahorcándolo al principio por detrás. “Se me hizo difícil la primera vez, él se resistía, pero yo tenía más fuerza. Cuando pensé que ya estaba muerto, lo solté, él volteó y me golpeó el estómago. Yo reaccioné con más violencia cuando me percaté que él quería seguir luchando. La gente nos veía, pero nadie hacía nada... hasta que poco a poco empecé a ganar, y lo último que recuerdo son los gritos de una señora, cuando atravesé el abdomen del joven con un fierro”. Y ésas fueron las palabras como describió su primer asesinato, convirtiéndose en asesino.

Ahora era otro el ritual, ya no había contemplación, ya no existía el tiempo para observarla. Sólo bajaba de su departamento, y esperaba a que se fuera, para seguir a cualquier persona que pasara por allí. Y su forma de matar empezó a atemorizar a la ciudad, él se había quedado con el fierro con el que mató a su primera víctima, y éste era usado para todas, pero de otra manera, a cada una les arrancaba una parte, ya sea la cabeza, o el brazo, pero luego ya de estar muertos, según concluyeron las autopsias respectivas.

Pero, todo tiene su final en esta vida, y llegó el día que lo atraparon. Ése día él murió internamente, porque bajó de su departamento y vio que la chica, por la cual había dedicado seis años, reía dulcemente con otro chico. La locura, ya inmersa en él, lo hizo correr hasta ella y con el fierro le atravesó el cuello. La escena, según los periódicos, era para estremecer la piel de cualquiera. La policía encontró al chico acariciando el rostro, ya pálido, de la chica. El joven, que supuestamente él había visto, jamás fue encontrado. Se cree que si alguna vez existió, nunca habría de dormir sino por la labor de un psicólogo. Así fue la historia tan aterradora, y más aterrador fue que al año siguiente escapó del manicomio...