11 abril, 2014

Mi historia con ella (cuarta parte)


“Creo que te he visto” Tragué saliva. “¿En serio? No te recuerdo” 

Quería que me tragara la tierra. ¿Cómo no podía acordarse de mí? Yo había guardado su rostro en mi mente. Lo tuve rondando todas mis mañanas y mis noches, a pesar de que no quería volverla a ver. Lo mantuve presente en mí, porque ella fue quien me bajó un poco de la nube en la que vivía. Pero, aun así, para ella yo no había tenido ni la más mínima importancia en su vida. Eso me enojó. Así que me propuse conquistarla con mi magnífico historial de libros.

“…O quizás te he confundido con alguien más…” Me interrumpió, mirándome de pies a cabeza, pero no despectivamente. “¡Ah! Sí, te recuerdo. El chico que se empecinó en decirme que leyera el libro que tenía en los brazos… ¿acaso era de su autoría?”

Pocas palabras y ya había destrozado mis estrategias. El destino, convertido en mujer, me golpeaba sin misericordia. No había forma de que ella hablara y yo no le tomara importancia a sus palabras. Era tan insoportable, que decidí dejar de fingir, por primera vez en mi vida, ante la gente.

“Sí, señorita. Fui yo. Y ese era mi libro. Quería que tuviese ganas de leerlo, porque últimamente he tenido una mala racha en ventas. Pensé que si alguien se permitía comprar alguno de mis libros y leerlo…” En ese momento suspiré. “…podría motivar a más personas para que lo compraran”

Los ojos de Victoria se agrandaron. Su rostro denotaba la expresión del incrédulo ante un suceso inverosímil. Al encontrarse nuestras miradas, ella se sonrojó. Pensé que por primera vez había ganado, a pesar de rebajarme ante todos y mostrarme como alguien temeroso. Pero, claro, digo “pensé”, porque la realidad fue muy distinta a mi imaginación.

“Aquí estamos para apoyarnos los unos a los otros. Leeremos algunos capítulos de tu libro después completar nuestra agenda” Al terminar de decirlo me dio unas palmadas en la espalda y me sonrió aún sonrojada. 

“Me ganaste. Jaque Mate. Vencieron al rey. Los párvulos e ignorantes se sentarán en su trono sin ninguna justicia divina que pueda interceder” Todo eso pensé. Me dieron muchas ganas de irme, pero no lo hice al ver a mi madre charlando alegremente con una de sus amigas. Fue en ese momento que comprendí, que algo más valioso que mis libros, algo mucho más importante que los premios, la fama, el ego, algo que nunca nadie me podría dar nuevamente, era el amor de mi madre. Y yo estaba allí por ella. Para verla sonreír y que sepa que su hijo aún la amaba, como para compartir su vida con ella, como ella lo hizo cuando yo nací.

Luego, de pensar en esto, me senté plácidamente en un sillón esperando el comienzo de las actividades, pero me sorprendió la mano de Victoria que me invitaba a estrecharla. Al momento de hacerlo (quise ser caballero, a pesar de que me hervía la sangre) me percaté que me entregaba una nota.


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