Le preguntaron el porqué de su borrachera, él no sabía qué contestar, sentía que su cabeza iba a estallar, ya no quería nada, no necesitaba que lo ayudaran. Ya no se confirmaría...
Hacía meses atrás que había comenzado la preparación para los que querían confirmarse, ésta era una decisión que cada uno debía tomar por su propia cuenta, midiendo si era lo bastante maduro para seguir el camino de Cristo. Así de claro lo dejó el sacerdote al mencionar quiénes querían confirmarse. Entre el grupo aún dudoso se encontraba Marco.
Pasaban las semanas y las dudas de Marco crecían. Ya no estaba seguro si quería confirmarse. Le resultaba difícil estar yendo a misa todos los domingos, confesarse regularmente. “No, eso no es para mí”, con esa frase se refería al aburrimiento que sentía, y que la religión no lo ayudaría en nada.
Marco sufría una gran depresión causada por la ausencia de su padre, que día tras día se emborrachaba. Además de no contar con una figura paterna, a la cual acudir, tampoco conocía la dulce protección que una madre puede otorgar. La encargada de darle tal sublime sensación lo había abandonado cuando sólo tenía un año de edad.
Los amigos de Marco siempre buscaban ayudarlo, lo hacían olvidarse de sus carencias afectivas. Hasta que llegó el día decisivo, días después de la noche de adoración, la cual era la última motivación, si podemos decirle así, para obtener la fuerza y voluntad necesarias para seguir a Cristo, y así recibir la confirmación:
El día de la confirmación, a las siete de la mañana, Juan, el mejor amigo de Marco, supo que su amigo estaba borracho en una cantina cercana a su casa. Lo primero que hizo fue llamar al grupo que solía estar con Marco, para después ir con ellos a buscarlo. Cuando llegaron lo encontraron tirado en la vereda, afuera de la cantina. Su camisa estaba rota, tenía moretones en la cara, y sangre en la nariz. Le preguntaron el porqué de su acto. Él no respondía, trataron una y otra vez de animarlo a que todo se podía solucionar, pero él mantenía el mismo silencio trágico con el cual lo habían encontrado. Pasada media hora de súplicas y ánimos logró decir: “Ya no me voy a confirmar, no necesito eso”
Después de esto cogió un taxi y se fue. Sus amigos no pudieron impedírselo, aún estaba lúcido, aunque no lo pareciera. Ya en el taxi recordó que el sacerdote le dijo una vez que si en verdad alguna vez se sentía confundido fuera a una iglesia...
El taxi no lo dejó en su casa, él le había dicho al conductor que lo llevara una iglesia cercana. Ya allí se sentó y vio la escultura de María en el techo con los brazos abiertos y después vio a Jesús clavado en la cruz. Sintió la mezcla de rabia con dolor y resignación. Lloró después de tanto tiempo, amargamente sabía lo que había perdido: la oportunidad de seguir a la persona que para toda su vida lo escucharía, y sabría comprender. No le importaba el esfuerzo que se necesitaba para seguirlo, porque lo valía.
Al día siguiente de la confirmación fue a visitar a sus amigos, les dijo que esta vez quería confirmarse, y que lo perdonaran. Sus amigos se alegraron y lo abrazaron. Así es como Marco, ahora ya cien por ciento convencido, se preparó para la confirmación del año siguiente.