17 diciembre, 2012

Pero, cuando llegó… (octava parte)


“Iré a preparar la cena, ¿te puedes quedar Sofi?” La antigua presa sonrió a la madre de Alberto, y dijo: “Muchas gracias por la invitación, claro que puedo”

La sala quedó en silencio después de esa frase. El joven no apartaba la mirada del suelo, mientras la visitante caminaba de un lado a otro suspirando. El tic tac del reloj era perceptible a pesar de los pasos de la francesa… “Así que…¿me revelarás tu secreto?” La cara pálida y llena de transpiración del joven hacía ver que estaba acorralado.

Después de unos minutos de haber sido lanzada esta pregunta, Sofía se detuvo, y caminó por el corredor de la casa en dirección al sótano. “¡Imposible!, ella no lo sabe, no… claro que no” El antiguo cazador no se sentía bien, sentía que el aire se escapaba de sus pulmones, pero hizo el mayor esfuerzo para seguirla…y en efecto, ella bajó al sótano. Caminaba lo suficientemente rápido para que no la pudiesen alcanzar.

Cuando Alberto logró descender hasta su segunda morada encontró una escena dantesca: el mueble otrora inerte, ahora yacía volcado. Su caja metálica había sido profanada y un álbum de tantos otros que tenía, estaba sujetado por la mano de aquella, quien alguna vez había sido, sinceramente, su amiga.

“Ahora, si revisamos, la página número uno de este, tu primer…no sé cómo llamarlo…lo que sea…vemos un espacio en blanco. Yo me pregunto, ¿para quién es este espacio?” El joven estaba temblando, su rostro se balanceaba entre expresiones de ira y de miedo. Los nervios hicieron que empezara a reír… “Para ti…dime, ¿cómo llegaste a conocer mi lugar secreto?”

La respuesta impresionó a Sofi, pero no para desistir del propósito de haber ido a la casa de su antiguo amigo. Rápidamente sacó del bolsillo de su falda, un encendedor, y sin decir ninguna palabra, empezó a quemar “la primera colección” de Alberto. Él no lo podía creer, se lanzó por instinto hacia la joven, quitándole “el primer álbum”… “Creí que cuando regresara de Francia, seguirías siendo la misma miseria humana que dejé años atrás, pero veo que te has superado, ahora eres peor…¿coleccionando vidas? O…¿qué es lo que haces?...Lástima, me das lástima. Solo me quedan algunas cosas por decirte, antes de irme: primero, logré entrar a tu casa, sin que nadie lo percatara, cuando fuiste a buscar en la oficina del director, robé también tus papeles, para divertirme  con tu expresión de no saber lo que ocurría; segundo, le di dinero al conserje para que te detuviera, sabía que estabas enfermo, y por eso no podía exponer a mi familia…

Alberto, con su mano derecha, mantenía cerrada la boca de Sofía, mientras que con la izquierda, le hundía más y más un fierro que había estado cerca de la escalera. Las lágrimas de la francesa empezaban a salir, y en un último intento de escapar mordió la mano de su verdugo, pero tal era el impulso, la vehemencia de este último, que los esfuerzos fueron en vano.

El cazador esperó unos minutos para soltar el cuerpo de su presa y quitarle su billetera, con la dirección de su casa. Al hacerlo, subió, se lavó las manos lo mejor que pudo, fue hasta la cocina, le dijo a su madre que saldría con su amiga y desapareció. Ya en el ocaso, regresó de su caminata, la cual le había servido para averiguar que la madre de Sofi, viajaba ese mismo día a Noruega, por negocios, sin su querida hija. Estando en casa Alberto tuvo que inventar que su amiga había tenido una cita importante, y que por favor la perdonaran. Cuando ya todo estuvo arreglado, esperó hasta que la madrugada abrazara su casa, para que pudiese enterrar, a su víctima, mientras sonreía maliciosamente, pensando: “Me falta el conserje”