“Iré a preparar la
cena, ¿te puedes quedar Sofi?” La antigua presa sonrió a la madre de Alberto, y
dijo: “Muchas gracias por la invitación, claro que puedo”
La sala quedó en
silencio después de esa frase. El joven no apartaba la mirada del suelo,
mientras la visitante caminaba de un lado a otro suspirando. El tic tac del
reloj era perceptible a pesar de los pasos de la francesa… “Así que…¿me
revelarás tu secreto?” La cara pálida y llena de transpiración del joven hacía
ver que estaba acorralado.
Después de unos minutos
de haber sido lanzada esta pregunta, Sofía se detuvo, y caminó por el corredor
de la casa en dirección al sótano. “¡Imposible!, ella no lo sabe, no… claro que
no” El antiguo cazador no se sentía bien, sentía que el aire se escapaba de sus
pulmones, pero hizo el mayor esfuerzo para seguirla…y en efecto, ella bajó al
sótano. Caminaba lo suficientemente rápido para que no la pudiesen alcanzar.
Cuando Alberto logró descender
hasta su segunda morada encontró una escena dantesca: el mueble otrora inerte,
ahora yacía volcado. Su caja metálica había sido profanada y un álbum de tantos
otros que tenía, estaba sujetado por la mano de aquella, quien alguna vez había
sido, sinceramente, su amiga.
“Ahora, si revisamos,
la página número uno de este, tu primer…no sé cómo llamarlo…lo que sea…vemos un
espacio en blanco. Yo me pregunto, ¿para quién es este espacio?” El joven
estaba temblando, su rostro se balanceaba entre expresiones de ira y de miedo.
Los nervios hicieron que empezara a reír… “Para ti…dime, ¿cómo llegaste a
conocer mi lugar secreto?”
La respuesta impresionó
a Sofi, pero no para desistir del propósito de haber ido a la casa de su
antiguo amigo. Rápidamente sacó del bolsillo de su falda, un encendedor, y sin
decir ninguna palabra, empezó a quemar “la primera colección” de Alberto. Él no
lo podía creer, se lanzó por instinto hacia la joven, quitándole “el primer
álbum”… “Creí que cuando regresara de Francia, seguirías siendo la misma
miseria humana que dejé años atrás, pero veo que te has superado, ahora eres
peor…¿coleccionando vidas? O…¿qué es lo que haces?...Lástima, me das lástima.
Solo me quedan algunas cosas por decirte, antes de irme: primero, logré entrar
a tu casa, sin que nadie lo percatara, cuando fuiste a buscar en la oficina del
director, robé también tus papeles, para divertirme con tu expresión de no saber lo que ocurría;
segundo, le di dinero al conserje para que te detuviera, sabía que estabas
enfermo, y por eso no podía exponer a mi familia…
Alberto, con su mano
derecha, mantenía cerrada la boca de Sofía, mientras que con la izquierda, le
hundía más y más un fierro que había estado cerca de la escalera. Las lágrimas
de la francesa empezaban a salir, y en un último intento de escapar mordió la
mano de su verdugo, pero tal era el impulso, la vehemencia de este último, que
los esfuerzos fueron en vano.
El cazador esperó unos
minutos para soltar el cuerpo de su presa y quitarle su billetera, con la
dirección de su casa. Al hacerlo, subió, se lavó las manos lo mejor que pudo,
fue hasta la cocina, le dijo a su madre que saldría con su amiga y desapareció.
Ya en el ocaso, regresó de su caminata, la cual le había servido para averiguar
que la madre de Sofi, viajaba ese mismo día a Noruega, por negocios, sin su
querida hija. Estando en casa Alberto tuvo que inventar que su amiga había
tenido una cita importante, y que por favor la perdonaran. Cuando ya todo
estuvo arreglado, esperó hasta que la madrugada abrazara su casa, para que
pudiese enterrar, a su víctima, mientras sonreía maliciosamente, pensando: “Me
falta el conserje”