30 junio, 2015

Nuestros caminos (cuarta parte)

Mis amigas me apoyaron todo el tiempo que duró mi depresión. Me fueron a visitar, cuando no iba a clases. Me sacaban a fiestas a pesar de que no quería. Me compraban ropa. Creí, que nunca se me quitaría el dolor, pero me llevé una grata sorpresa cuando, luego de un mes, ya me sentía recuperada. Aún recordaba sus gustos, nuestras conversaciones, pero esos recuerdos ya no me afectaban con la intensidad de antes.

Esta época fue amarga y dulce. Conocí el placer de estar todo el día en la cama con una mujer que me usaba. Sin embargo, la delicia de esos momentos se veía opacada por los días que tenía que ir a la Universidad. Allí encontraba a las amigas de Geraldine, dispuestas siempre a insultarme. En todo ese tiempo, hasta graduarme no volví a verla.

Siempre lograba evitarlo. Era sencillo. Teníamos amigos en común y podía saber a qué hora podría cruzármelo en clases. Así fue hasta que me gradué y pude dejar atrás a Lucio: la ilusión se desvaneció.

Pasaron los años, me distancié de mi familia y amigos por la obsesión, llamada Susan. Era una mujer que hacía lo que le venía en gana. Si quería irse de un momento para otro a un país exótico, conseguía un vuelo y se iba. Así yo fui persiguiéndola a cada lugar, y siempre su sonrisa y anchas caderas me esperaban en la cama.

En mi centro de trabajo conocí a muchos hombres, y me di cuenta que Lucio no era más que un niño tonto, que se dejó seducir. En esa época conocí a quien vendría a ser mi esposo.

A pesar de que me sentía genial con Susan, sabía que ella también gastaba su sonrisa con muchos otros hombres. No me quería, pero yo me había conformado con sólo ser su diversión de vez en cuando. Es en esa época, cuando ya tenía más de treinta años, que empecé a recordar a Geraldine.

Una década había pasado desde que besé a Lucio. Ya para ese momento de mi vida, estaba segura que yo era quien lo había besado, y él solamente me siguió. Pero él ya sólo pertenecía a mi vida como un vago y triste recuerdo. Mi esposo había logrado llenarme de esperanzas nuevamente. Un hombre correcto, ordenado, tranquilo, hasta podría decir que bonachón, que me quería locamente y por el cual yo había vuelto a confiar.

Con tanta gente que conocí en mis viajes perdidos, pude dar fácilmente con ella. Su rastro me había llevado hasta una casa de dos pisos, donde vivían dos niños llenos de vida, un hombre honesto y una mujer fuerte.

Toda esta época de hermosos momentos fue interrumpida drásticamente con el accidente que dejó a mi esposo en coma, al borde de la muerte. La vida me había preparado para muchas cosas hasta ese momento. Pero cuando vi a mi marido en esa cama, me derrumbé.

Supe entonces, que ella había crecido, mientras yo me había estancado. ¿Quién era? ¿Qué había logrado hasta ahora? ¿Había dejado a una mujer valiosa por esa vida desordenada que acrecentaba mi vacío más y más?


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27 junio, 2015

Nuestros caminos (tercera parte)

Creí que me pediría que sea su “enamorada”, pero no fue así. Lo único que logré es que “viéramos más películas” Al principio no creí que era mala idea, hasta que empecé a sentir que sólo me usaba.

La estaba usando. Cruelmente jugaba con sus sentimientos todos los jueves. Ella me quería, estaba enamorada. Yo la quería, pero también quería a Susan.

Un dolor más intenso en mi vida estaba por llegar y aun presintiéndolo no hice nada.

Creí que podría manejar la nueva situación que se me presentaba. Por un lado tenía a Geraldine, una chica que yo sabía que me quería, y por otro lado, tenía a Susan, una mujer hermosa que sólo me deseaba para algunos fines de semana. Mi lado perverso salió a flote y seguí jugando.

Un miércoles una amiga me dijo: “Lucio te anda engañando con su jefa, una vieja horrible, ¡mucho mayor que él!” No le hice caso, pero la duda ya se había instalado en mi pecho, llenando de angustia los próximos besos.

Mi mentira se hubiese prologado mucho más tiempo si es que no me hubiesen visto saliendo de un hotel con Susan un miércoles cualquiera. Ya ni recuerdo si caían las hojas o reverdecían.

Demoré un mes para enfrentarlo. Pero, cuando lo hice no quise creer lo que salía de sus labios.

“Ya no te quiero” recuerdo haberle dicho con un nudo en la garganta. “Es mejor que dejemos de vernos”

“¡Vil mentiroso! ¡Te odio!” recuerdo haberle dicho. Lo golpeé en el pecho muchas veces, quería creerme que lo odiaba, quería borrarlo en ese instante. No quería ese dolor, quería felicidad. Otra mala ilusión.

Creí que era lo correcto. Quería dejar de ilusionarla. Aún lloro amargamente como cuando me fui de su casa, para no volver muchos años después.



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02 junio, 2015

Nuestros caminos (segunda parte)

Durante el tiempo que duró mi mejora en el estudio, comencé a buscar trabajo. La opción que más me llamó la atención fue la oficina de correos, porque la paga era buena y los horarios flexibles. Un pequeño paraíso de nuevas oportunidades se me presentaba. Y a pesar de tener que hacerlo en secreto, hasta que mis notas aumentaran, valía la pena.

Lucio no me contó al instante que buscaría trabajo a escondidas. Me lo dijo cuando ya estaba establecido en dicho trabajo. Creía que nos teníamos más confianza. Dudé.

Cuando entré a trabajar en la única oficina de correos de mi ciudad, no pensé que conocería a muchas personas y mucho menos que aprendería sobre amores tórridos, como los de novela. Susan, era el nombre de mi jefa y era el nombre de la mujer que me marcaría por muchos años.

A pesar de mis esfuerzos por arreglarme y que me viera más atractiva, yo sentía que Lucio se distanciaba más y más de mí con el pasar de los días. Es por eso que decidí a demostrarle directamente lo que sentía por él.

Era jueves, lo recuerdo. Ella me invitó a su casa para ver una película.

Decidí arriesgarme. Los jueves eran nuestros días libres.

Cuando llegué a su casa y la vi me di cuenta de su nerviosismo. Empecé a sospechar de lo que para muchos sería obvio.

Puse caras raras, fui al baño varias veces y le pregunté repetidamente cómo iba en el trabajo.

Y dicho nerviosismo no se le quitó al ver la película. Incluso aumentó.

No recuerdo ni siquiera qué película puse.

A mitad de la película, se acercó hasta el punto que nuestros hombros chocaban. Pude percibir, entonces, qué era lo que sucedía.

Las luces apagadas estando los dos solos en mi casa, pero el caballero no se percataba de la situación. Tuve, entonces que armarme de valor y dar el siguiente paso: me acerqué hasta donde nuestra respiración se entrelazaba, lo miré, un poco decidida, un poco temerosa.

Tenía sus ojos lagrimosos. Estaba presionada, quizá presentía lo que me ocurría en el trabajo. Y a pesar de eso, no le dije nada. La miré y la besé. Me sentí egoísta…


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