Creí que me pediría que sea su “enamorada”,
pero no fue así. Lo único que logré es que “viéramos más películas” Al
principio no creí que era mala idea, hasta que empecé a sentir que sólo me
usaba.
La estaba
usando. Cruelmente jugaba con sus sentimientos todos los jueves. Ella me
quería, estaba enamorada. Yo la quería, pero también quería a Susan.
Un dolor más intenso en mi vida estaba por
llegar y aun presintiéndolo no hice nada.
Creí que
podría manejar la nueva situación que se me presentaba. Por un lado tenía a
Geraldine, una chica que yo sabía que me quería, y por otro lado, tenía a
Susan, una mujer hermosa que sólo me deseaba para algunos fines de semana. Mi
lado perverso salió a flote y seguí jugando.
Un miércoles una amiga me dijo: “Lucio te anda
engañando con su jefa, una vieja horrible, ¡mucho mayor que él!” No le hice
caso, pero la duda ya se había instalado en mi pecho, llenando de angustia los
próximos besos.
Mi mentira
se hubiese prologado mucho más tiempo si es que no me hubiesen visto saliendo
de un hotel con Susan un miércoles cualquiera. Ya ni recuerdo si caían las hojas
o reverdecían.
Demoré un mes para enfrentarlo. Pero, cuando
lo hice no quise creer lo que salía de sus labios.
“Ya no te
quiero” recuerdo haberle dicho con un nudo en la garganta. “Es mejor que
dejemos de vernos”
“¡Vil mentiroso! ¡Te odio!” recuerdo haberle
dicho. Lo golpeé en el pecho muchas veces, quería creerme que lo odiaba, quería
borrarlo en ese instante. No quería ese dolor, quería felicidad. Otra mala
ilusión.
Creí que
era lo correcto. Quería dejar de ilusionarla. Aún lloro amargamente como cuando
me fui de su casa, para no volver muchos años después.
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