Mis amigas me apoyaron todo el tiempo que duró
mi depresión. Me fueron a visitar, cuando no iba a clases. Me sacaban a fiestas
a pesar de que no quería. Me compraban ropa. Creí, que nunca se me quitaría el
dolor, pero me llevé una grata sorpresa cuando, luego de un mes, ya me sentía
recuperada. Aún recordaba sus gustos, nuestras conversaciones, pero esos
recuerdos ya no me afectaban con la intensidad de antes.
Esta época
fue amarga y dulce. Conocí el placer de estar todo el día en la cama con una
mujer que me usaba. Sin embargo, la delicia de esos momentos se veía opacada
por los días que tenía que ir a la Universidad. Allí encontraba a las amigas de
Geraldine, dispuestas siempre a insultarme. En todo ese tiempo, hasta graduarme
no volví a verla.
Siempre lograba evitarlo. Era sencillo.
Teníamos amigos en común y podía saber a qué hora podría cruzármelo en clases.
Así fue hasta que me gradué y pude dejar atrás a Lucio: la ilusión se
desvaneció.
Pasaron
los años, me distancié de mi familia y amigos por la obsesión, llamada Susan.
Era una mujer que hacía lo que le venía en gana. Si quería irse de un momento
para otro a un país exótico, conseguía un vuelo y se iba. Así yo fui
persiguiéndola a cada lugar, y siempre su sonrisa y anchas caderas me esperaban
en la cama.
En mi centro de trabajo conocí a muchos
hombres, y me di cuenta que Lucio no era más que un niño tonto, que se dejó
seducir. En esa época conocí a quien vendría a ser mi esposo.
A pesar de
que me sentía genial con Susan, sabía que ella también gastaba su sonrisa con
muchos otros hombres. No me quería, pero yo me había conformado con sólo ser su
diversión de vez en cuando. Es en esa época, cuando ya tenía más de treinta años,
que empecé a recordar a Geraldine.
Una década había pasado desde que besé a
Lucio. Ya para ese momento de mi vida, estaba segura que yo era quien lo había
besado, y él solamente me siguió. Pero él ya sólo pertenecía a mi vida como un
vago y triste recuerdo. Mi esposo había logrado llenarme de esperanzas
nuevamente. Un hombre correcto, ordenado, tranquilo, hasta podría decir que
bonachón, que me quería locamente y por el cual yo había vuelto a confiar.
Con tanta
gente que conocí en mis viajes perdidos, pude dar fácilmente con ella. Su
rastro me había llevado hasta una casa de dos pisos, donde vivían dos niños llenos
de vida, un hombre honesto y una mujer fuerte.
Toda esta época de hermosos momentos fue
interrumpida drásticamente con el accidente que dejó a mi esposo en coma, al
borde de la muerte. La vida me había preparado para muchas cosas hasta ese
momento. Pero cuando vi a mi marido en esa cama, me derrumbé.
Supe
entonces, que ella había crecido, mientras yo me había estancado. ¿Quién era?
¿Qué había logrado hasta ahora? ¿Había dejado a una mujer valiosa por esa vida
desordenada que acrecentaba mi vacío más y más?
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