Cuando mi esposo murió, la tristeza me invadió.
Creí que alguien allá arriba se burlaba de mí. No podía siquiera ver a mis
hijos sin que las lágrimas se derramaran por mi rostro. “Mami no llores, papi
no quiere que llores”
Supe,
mucho tiempo después de que sucedieran los hechos, que la mujer fuerte había
perdido a su esposo. Decidí entonces abandonar la vida miserable que llevaba.
Decidí ir a buscarla.
Nunca pude imaginarme quién se presentaba a la
casa donde antes vivía, a la cual yo volví porque mi madre me lo insistió hasta
llorar.
“Hola” le
dije.
“No creí que volvería a verte” le respondí.
Su rostro
había envejecido mucho, su voz se había hecho pesada, ya no tenía el encanto de
la mujer de la que me enamoré ya hacía más de 10 años. Sin embargo había
desarrollado otro tipo de encanto inexplicable para mí.
Su rostro era el de un miserable, de un
completo inútil. Supe por algunas amigas, que lo habían visto, que no continuó
trabajando, que vivió como un parásito hasta que su padre murió. Y a pesar de
eso, sus ojos no habían cambiado mucho. Aún recordaba ese algo que ya había
enterrado.
Varias
semanas fui a buscarla cuando se negó a dejarme entrar. Y Siempre tuve la misma
respuesta: su madre me tiraba un cubo con agua helada.
No quería volver a dejarlo entrar en mi vida
así como si nada. No quería que mis hijos me vieran sonriendo con un estúpido
cuando su padre había partido hacía poco.
Creí que
nunca me perdonaría. Entonces decidí primero cambiar mi situación. Conseguí
empleo, conseguí un hogar y conseguí cambiar mi vida. Todo esto se dio en un
año. En todo ese tiempo dejé de ir a verla.
Creí que se había dado cuenta de que no lo
quería en mi vida en esos momentos. Así que decidí seguir con mi vida como si
ese episodio nunca hubiese sucedido.
Luego de
un año, volví a buscarla, creyendo que me caería otro cubo.
Cuando lo volví a ver, creí ver a otra
persona. Aún guardaba la mirada de siempre, pero su rostro parecía distinto, su
semblante había cambiado.
“¡Vengo a
pedirte una disculpa!” le grité cuando la vi asomarse desde su segundo piso.
Lo dejé pasar, escuché sus disculpas.
El peso
del deshonor, la crueldad y la cobardía empezó a desaparecer desde ese día.
“Quiero que prometas algo” le dije antes de
que se fuera “No quiero que engañes a nadie más”
Nunca
volveré a mentirte. Aún te amo. A pesar de lo que te hice, a pesar de lo que me
hice.
“Yo no puedo corresponderte, pero te puedo
decir que me alegra que hayas cambiado, ¡así te hayas tardado más de diez años,
tonto!”
Reímos
como cuando estábamos en la universidad, y seguimos viéndonos hasta que ella se
recuperó. Perdí el amor de esa mujer, pero logré su perdón y logré perdonarme a
mí mismo por lo que hice.
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