04 julio, 2015

Nuestros caminos (quinta parte)

Cuando mi esposo murió, la tristeza me invadió. Creí que alguien allá arriba se burlaba de mí. No podía siquiera ver a mis hijos sin que las lágrimas se derramaran por mi rostro. “Mami no llores, papi no quiere que llores”

Supe, mucho tiempo después de que sucedieran los hechos, que la mujer fuerte había perdido a su esposo. Decidí entonces abandonar la vida miserable que llevaba. Decidí ir a buscarla.

Nunca pude imaginarme quién se presentaba a la casa donde antes vivía, a la cual yo volví porque mi madre me lo insistió hasta llorar.

“Hola” le dije.

“No creí que volvería a verte” le respondí.

Su rostro había envejecido mucho, su voz se había hecho pesada, ya no tenía el encanto de la mujer de la que me enamoré ya hacía más de 10 años. Sin embargo había desarrollado otro tipo de encanto inexplicable para mí.

Su rostro era el de un miserable, de un completo inútil. Supe por algunas amigas, que lo habían visto, que no continuó trabajando, que vivió como un parásito hasta que su padre murió. Y a pesar de eso, sus ojos no habían cambiado mucho. Aún recordaba ese algo que ya había enterrado.

Varias semanas fui a buscarla cuando se negó a dejarme entrar. Y Siempre tuve la misma respuesta: su madre me tiraba un cubo con agua helada.

No quería volver a dejarlo entrar en mi vida así como si nada. No quería que mis hijos me vieran sonriendo con un estúpido cuando su padre había partido hacía poco.

Creí que nunca me perdonaría. Entonces decidí primero cambiar mi situación. Conseguí empleo, conseguí un hogar y conseguí cambiar mi vida. Todo esto se dio en un año. En todo ese tiempo dejé de ir a verla.

Creí que se había dado cuenta de que no lo quería en mi vida en esos momentos. Así que decidí seguir con mi vida como si ese episodio nunca hubiese sucedido.

Luego de un año, volví a buscarla, creyendo que me caería otro cubo.

Cuando lo volví a ver, creí ver a otra persona. Aún guardaba la mirada de siempre, pero su rostro parecía distinto, su semblante había cambiado.

“¡Vengo a pedirte una disculpa!” le grité cuando la vi asomarse desde su segundo piso.

Lo dejé pasar, escuché sus disculpas.

El peso del deshonor, la crueldad y la cobardía empezó a desaparecer desde ese día.

“Quiero que prometas algo” le dije antes de que se fuera “No quiero que engañes a nadie más”

Nunca volveré a mentirte. Aún te amo. A pesar de lo que te hice, a pesar de lo que me hice.

“Yo no puedo corresponderte, pero te puedo decir que me alegra que hayas cambiado, ¡así te hayas tardado más de diez años, tonto!”

Reímos como cuando estábamos en la universidad, y seguimos viéndonos hasta que ella se recuperó. Perdí el amor de esa mujer, pero logré su perdón y logré perdonarme a mí mismo por lo que hice.


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