Algunas conocidos de la
oficina, se acercaban, me saludaban y luego cuando estaban lejos de mí,
creyendo que no podía escucharlos, murmuraban: “¿Sabías que tenía planeado
pedirle matrimonio a su enamorada?” “Creo que la flaca lo engañaba” “Pobre brother”
Así es como nacieron unas
tremendas ganas de meterme en una pelea, y que el dolor fuese corporal…no las
iniciaba, porque necesitaba más alcohol. Quería beber lo “suficiente” para que
al día siguiente me despertaran con: “Oye, ayer le empezaste a pegar al gordo
de Recursos Humanos, sin razón, de una te le lanzaste”. Y yo respondería: “No
recuerdo, pero si le pegué, debí haber tenido un motivo”
Quería embriagarme, en serio,
quería ser el protagonista de la canción “La Copa Rota”. Y me hubiese
emborrachado, si es que Eduardo y Walter no me hubiesen detenido. No supe más
de Cristian y de Andre en toda la noche, así que ya se pueden hacer una idea de
lo grande que era aquella “casa”.
El dueño de la fiesta al verme,
adivinando mi cometido, me quitó el vaso de whisky
y me llevó hacia otro ambiente de la casa. “Oye, me enteré de lo que te pasó,
pero nada justifica que quieras hacer un alboroto. Deja que hablen, ya luego se
cansarán. Tú disfruta de la fiesta…Más bien, ahora te llevaré para que veas a
algunas amigas…Colega, a pesar de que uno invita a algunas cuantas primas, y se
les dice que será una pequeña reunión, estas traen a sus amigas, y a las amigas
de sus amigas. Lo bueno de todo esto, es que uno…” Lo interrumpí. “Bueno, ¿cómo
pretendías que no viniese mucha gente?, si esta no es una casa, ¡es una
mansión!”
Llegamos a otra gran sala,
llena de tabaco, licor y risas. Eduardo me miró y soltó una carcajada. “Anda,
allí tienes para que las conozcas, y te distraigas. Diviértete… pero no mucho,
recuerda que mañana hay chamba” Se despidió dándome dos palmaditas en el
hombro, mientras yo me quedaba quieto, inmóvil, indeciso. Busqué algún rostro
conocido. No hubo éxito por unos minutos. Hasta que Walter, alzó su mano
llamándome. “Qué bueno que encontré a alguien”, pensé.
Caminé abriéndome paso entre
todos esos grupos alegres que se habían formado. Grupos de hasta siete
personas. Todos bebiendo, riendo, charlando. Y yo solo queriendo emborracharme,
para no acordarme de nada. Con ese pensamiento negativo llegué hasta Walter.
Pero, antes de que pudiese reaccionar y decirle que iba a ir por unos tragos,
me dijo: “Te presento a Melisa. Melisa, él es mi amigo Sebastian” Fue entonces,
que destrozando todo tipo de galantería y caballerosidad, dije: “Ya vengo, voy
por unos tragos”. Me fui raudamente. “No tengo ganas de conocer a nadie, no me
importa nada” pensé. Y cuando estaba a
punto de llegar a la barra, sentí que me miraban. Volteé para percatarme, y
efectivamente, una chica, vestida con una blusa negra tenía sus ojos
en mí, con algo más que una mirada curiosa.