25 enero, 2013

No te vayas con el viento (segunda parte)


Algunas conocidos de la oficina, se acercaban, me saludaban y luego cuando estaban lejos de mí, creyendo que no podía escucharlos, murmuraban: “¿Sabías que tenía planeado pedirle matrimonio a su enamorada?” “Creo que la flaca lo engañaba” “Pobre brother

Así es como nacieron unas tremendas ganas de meterme en una pelea, y que el dolor fuese corporal…no las iniciaba, porque necesitaba más alcohol. Quería beber lo “suficiente” para que al día siguiente me despertaran con: “Oye, ayer le empezaste a pegar al gordo de Recursos Humanos, sin razón, de una te le lanzaste”. Y yo respondería: “No recuerdo, pero si le pegué, debí haber tenido un motivo”

Quería embriagarme, en serio, quería ser el protagonista de la canción “La Copa Rota”. Y me hubiese emborrachado, si es que Eduardo y Walter no me hubiesen detenido. No supe más de Cristian y de Andre en toda la noche, así que ya se pueden hacer una idea de lo grande que era aquella “casa”.

El dueño de la fiesta al verme, adivinando mi cometido, me quitó el vaso de whisky y me llevó hacia otro ambiente de la casa. “Oye, me enteré de lo que te pasó, pero nada justifica que quieras hacer un alboroto. Deja que hablen, ya luego se cansarán. Tú disfruta de la fiesta…Más bien, ahora te llevaré para que veas a algunas amigas…Colega, a pesar de que uno invita a algunas cuantas primas, y se les dice que será una pequeña reunión, estas traen a sus amigas, y a las amigas de sus amigas. Lo bueno de todo esto, es que uno…” Lo interrumpí. “Bueno, ¿cómo pretendías que no viniese mucha gente?, si esta no es una casa, ¡es una mansión!”

Llegamos a otra gran sala, llena de tabaco, licor y risas. Eduardo me miró y soltó una carcajada. “Anda, allí tienes para que las conozcas, y te distraigas. Diviértete… pero no mucho, recuerda que mañana hay chamba” Se despidió dándome dos palmaditas en el hombro, mientras yo me quedaba quieto, inmóvil, indeciso. Busqué algún rostro conocido. No hubo éxito por unos minutos. Hasta que Walter, alzó su mano llamándome. “Qué bueno que encontré a alguien”, pensé.

Caminé abriéndome paso entre todos esos grupos alegres que se habían formado. Grupos de hasta siete personas. Todos bebiendo, riendo, charlando. Y yo solo queriendo emborracharme, para no acordarme de nada. Con ese pensamiento negativo llegué hasta Walter. Pero, antes de que pudiese reaccionar y decirle que iba a ir por unos tragos, me dijo: “Te presento a Melisa. Melisa, él es mi amigo Sebastian” Fue entonces, que destrozando todo tipo de galantería y caballerosidad, dije: “Ya vengo, voy por unos tragos”. Me fui raudamente. “No tengo ganas de conocer a nadie, no me importa nada” pensé.  Y cuando estaba a punto de llegar a la barra, sentí que me miraban. Volteé para percatarme, y efectivamente, una chica, vestida con una blusa negra tenía sus ojos en mí, con algo más que una mirada curiosa.

06 enero, 2013

No te vayas con el viento


“Que se haya terminado, no significa que tu vida también, pedazo de idiota” “¿Crees que ella está deprimida, encerrada en su cuarto?” “No seas maricón” Esas fueron algunas de las frases alentadoras, que mis amigos me dijeron. Sí, claro… alentadoras… pero su intención era buena, y eso me mantenía algo tranquilo.

Ellos querían que vaya a la casa de Eduardo, un colega del trabajo. Recientemente lo habían ascendido de puesto, y por este motivo organizó una reunión pequeña, “solamente entre nosotros” fue lo que nos dijo. Yo, por supuesto, no tenía ni la más mínima intención de ir. Pero, los gritos de mis compañeros, hicieron que me espabilara por un momento, y fue así que mi cerebro le gritó a mi autoestima: “Tienes que ir Sebastian, tienes que despejar tu mente, distraerte… y olvidarte de ella”

Mis amigos me esperaban afuera del edificio donde vivía, eso fue lo que vi por las cortinas de mi ventana, cuando ya me había cambiado de ropa. Un nudo en mi garganta se formaba entonces, y el pequeño discurso de mi cerebro perdía, por cada escalón que bajaba, la intensidad con la que había sido dicho. Así, cuando llegué a encontrarme de nuevo con mis colegas, me dijeron: “tienes la misma cara de hace unas horas, un tremendo huevón”

Recuerdo que en ese viaje hasta la casa de Eduardo, mis sentidos me traicionaron. Los sonidos de la noche me hacían recordar su risa, mezclada entre alcohol y alegría; cada chica que veía, por el retrovisor del auto de Cristian, me hacía pensar: “Nadie será como ella…” Lo que me salvó de no volverme loco, en ese viaje, fueron los golpes de Andre. “Un golpe, por cada vez que pongas esa cara de melancólico”

Eran las diez y media cuando llegamos a la “casa” de Eduardo. Yo, desde que la vi, pensé: “¡Vive en una fucking mansión!” Cuando volteé a ver a mis amigos, todos tenían la misma cara. “Viviendo en una casa así, Eduardo debería ser el presidente de la compañía” dijo Cristian. Todos asintieron, menos yo, que nuevamente había empezado a recordarla, pero antes de que la besara en mis pensamientos, otro golpe de Andre me hizo reaccionar.

“¡Amigos! Pasen, están en su casa” Así fue como nos recibió Eduardo al abrirnos la puerta de su casa. El auto donde habíamos venido estaba ya estacionado en su inmenso patio. Mientras nosotros cuatro entrábamos a la “pequeña reunión”. Sí, claro… tan pequeña, que si hubiese tenido tiempo de contar a todos los invitados, me hubiese tomado toda la noche.

Y allí estaba yo, como "el pobrecito al que lo dejó su novia, a vísperas de que él le propusiera matrimonio” (Y sin embargo, actualmente, se siente estupendamente contento, de que las cosas no hayan salido como él las planeó)