Era el día
más pesado de la semana. Era lunes. Y como todos los lunes Ernesto se tenía que
repetir “Necesito el dinero. Necesito el dinero” Bañarse, cambiarse, besar la
frente de su madre e irse al paradero de autobuses. Aquél que siempre estaba
repleto a esas horas del día, pero que extrañamente esta vez no lo estaba. “He
llegado tarde. ¡Maldición!” Refunfuñando vio su reloj, y la hora era la
correcta. Había llegado como todos los demás días. Puntual. “Mañana nublada. Viento
helado. Sin personas. Parece el inicio de una película de terror independiente”
Sonrió para sí mismo y se puso sus auriculares.
Pasaron
diez minutos y el autobús no aparecía. Ernesto empezó a inquietarse, caminar de
un lado al otro. “Voy a perder un día de trabajo. ¡Rayos! Tomaré un taxi” Pero,
justo cuando iba a cruzar hacia la otra calle, la niebla se despejó con el
transporte que llegaba.
“Ahorrar
tiempo o dinero… bueno tampoco es que vea un taxi cerca” Sonrió para sí mismo y
subió.
- Buenos
días – el chofer lo saludó cordialmente.
- Buenos
días – respondió Ernesto, dándole el dinero del pasaje y sentándose en la
tercera fila al lado de una ventana. “Lo malo es que no hay nada que ver con
tanta niebla” pensó al transcurrir unos minutos, y por ello que, a mitad del
viaje, se quedó dormido apoyado en su puño derecho. Pero, no pudo dormir mucho
porque sintió un pellizco en su brazo izquierdo. Al despertarse se percató de que
una mujer en la fila de atrás se reía sin siquiera disimularlo.
- Señora,
¿qué clase de confianza es esa?
La mujer
no contestó porque seguía riéndose. Ernesto quiso reprocharle una vez más, pero
una chica lo detuvo diciendo:
- Cámbiate
de asiento. Es lo mejor. Esta señora cree que todos somos como ella.
En el
acto, la señora de gafas negras dejó de reír. Miró a la chica y refunfuñó:
- Ser como
tú. Prefiero tener un hijo como éste – señalando a Ernesto – antes que querer
ser como tú.
- Oiga, usted
es una maleducada. Debería darle vergüenza con la edad que tiene…
- ¿Me está
llamando vieja?
- Parecen dos locas peleando así – intervino riéndose un joven de
traje gris y cara de niño, que estaba sentado al final del autobús.
Las dos
mujeres voltearon a verlo con miradas furiosas.
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