15 noviembre, 2009

Al recuerdo vivo (Tercera parte)

Siguió con la plática, preguntándome qué sentía al verlo. Le dije que me sentía contento, alegre y a la vez una gran nostalgia inundaba mi cuerpo. Cuando terminé de dar mi respuesta me abrazó con gran fuerza, y los dos lloramos: mi sueño se había hecho realidad. Después de este suceso tan emotivo y extraño le pregunté: “¿Quién eres?” Me contestó: “Si te lo digo nunca más me volverás a ver” Le contesté que no sabía qué decidir: por un lado estaba el secreto que quería saber desde hacía ya mucho, y por otro si mi lo decía nunca más lo vería. Pensé por un lapso de 10 minutos, mientras él observaba fotos que mi hija me había mandado de su estancia en Francia, Grecia e Italia, país donde se quedó a vivir hasta que regresó para verme y cuidarme durante mi estadía en el hospital. Al final me decidí y le dije que quería saberlo, que no podía aguantar más la interrogante. Ante esto me advirtió:
“ Bueno, como ya te lo he dicho nunca más me verás, pero antes de decirte quién soy tengo que dejarte en claro que vine para decirte que debes cambiar en lo que te queda de vida: ayudar al prójimo, saber comunicarte con tu hija, que es la única persona que te queda en este mundo, además como dato que no debes olvidar antes de que me vaya, es que tienes que decirle que se realiza exámenes como a ti te lo hicieron, ella se merece saber lo que es la vida...”

¡Pum! Hubo un sonido seco en la habitación, me había caído de la impresión, al escuchar sus palabras; sentía que mi cuerpo se helaba, al volver mi vida atrás y lo recuerdos se me iban aclarando hasta acordarme de la vez que conocí Giuliana, una hermosa chica, a la que pedí ser mi esposa, tan pronto mi padre me dejara la mayoría de acciones de la empresa agrícola, en la cual mi familia por generaciones había trabajado. Después vi con suma claridad a mi esposa con su primer embrazo, una lindísima niña que se llamaría Ana; luego llegó a mi mente la imagen de su segundo embarazo... y ¡pum!... otro sonido seco en la habitación producto esta vez por el golpe que di con mi mano en el piso. Recordé cuando mi esposa murió al ser atropellada y sólo se salvó al niño a petición de ella. Lloré a rabiar, pero el final de mis recuerdos me cayó peor que el más grande dolor de hígado: recordé que mis dos hijos se mudaron a otros países cuando empecé a tomar y los maltrataba...

Ya no aguanté más y me desmayé, cuando recobré el sentido mi hija estaba acariciándome: me sentía un pobre y desdichado que no vio en la vida algo más que el alcohol. Cuando me di cuenta de la cruda realidad me acordé de las palabras del chico: “...además como dato que no debes olvidar antes que me vaya, es que tienes que decirle que se realiza exámenes como a ti te lo hicieron, ella se merece saber lo que es la vida...” Así que le insistí una y otra vez a mi hija que se hiciera exámenes a pesar de sus negativas. Finalmente logré que se los hiciera y el diagnóstico reveló que tenía cáncer de laringe, pero que éste se podía tratar. Mi hija lloró al lado mío, pero yo ya no tenía lágrimas...

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