“Entiende.
La única forma para que la vuelvas a ver es sanándote. Tienes una enfermedad y
lo sabes. Yo también quiero que su madre… que tú vuelvas a quererla como antes.
Pero también tengo mucho miedo. Por favor, vete”
“¡Te odio!
Mi abogado te arruinará ¡No me quitarás a mi hija!”
Mientras
Alberto le cerraba la puerta a su exesposa, su hija jugaba con la niñera.
Aisladas ambas del griterío de la entrada. Una habitación instalada especialmente
por el padre no dejaba que Alba escuchara a su madre cuando llegaba a gritar
(ya que esto sucedía muchas veces) Y sin embargo el señor no se atrevía a
denunciar a Laura, su antiguo amor.
Laura había
perdido el juicio por la tenencia de su hija, al confirmarse su adicción a las
drogas. Tres años terribles y dolorosos sufrieron los tres. Una adicción que
comenzó cuando su hijita tenía dos años. Una adicción que derivó en maltratos
físicos y psicológicos. Un año duró el juicio, el cual parecía no tener fin, hasta
que finalmente terminó dándole la razón al padre: darle la custodia de su hija.
Mientras su madre debía someterse a tratamiento para vencer dicha enfermedad, y
solo cuando tuviese un certificado que compruebe su mejoría, podría visitar a
su hija.
Cuando
Alberto volvió a la habitación alzó a su hija y la llenó de besos, abrazándola
muy fuerte. Un sentimiento de ansiedad lo embargó además de una sensación, un
tipo de premonición de que algo malo estaba por ocurrir, pero tan rápido como
vino este sentimiento, de igual forma se esfumó.
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