Y la vida continuó. Pasaron varios
meses desde la última visita de Laura a su antigua casa. Alberto creyó que por
fin su exesposa había decidido rehabilitarse. Pero su creencia se convirtió en
una amarga y angustiosa realidad cuando un martes, como cualquier martes,
soleado y lleno de vida (al ser verano), su hija no salió del colegio cuando
fue a buscarla. Desesperado, interrogó a su tutora, al director, pero lo único
que obtuvo por respuesta fue que lo confundieron. Que la niña estuvo
esperándolo como muchos niños (aquellos que no se iban en alguna movilidad
contratada) aguardando por sus padres. Y vieron que un señor de la misma
contextura y estatura que él, no teniendo en cuenta que Alberto siempre la iba
a recoger en auto, se la llevó sin que ella diga nada.
La policía tardó bastante en llegar “como
suele pasar en este maldito país” pensó el padre lleno de impotencia. Se
preguntó a todos en el colegio, vecinos, padres de los niños, pero no hubo
indicios de quién podría haberse llevado a Alba. Y en esas horas repletas de
dolor nació una posibilidad: la madre. Aunque había sido un hombre quien se la
había llevado no se podía descartar, y más aún porque Laura no tenía paradero
fijo.
A muchos kilómetros de allí en un auto
alquilado iba la madre y su hija:
- Mami, ¿a dónde vamos?
- En primer lugar a darte un nuevo y
bonito peinado. De esos que salen en las revistas. Como las modelos. Y luego a
comer algo rico. ¿Está bien, bebé?
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