Pero son letras que no traspasan el lirismo de mi cabeza.
En las paredes que no me reconocen ya, pinto otras emociones.
Un día sí, otro no.
Y en ese constante parpadeo, mi ego se diluye.
Y el aire se enrarece y todo es sofocante.
Y mi pluma ya no escribe ni destruye.
¡Qué terrible inspiración!
Ya no juego con mis recuerdos, ni los vuelvo poemas.
¿Será acaso éste el fin del camino?

(Escrito el 10/10/16)