Vi los autos,
las casas, los árboles, la gente. Dejé de pensar. Absorta en un estado, al que
llamaré hipnótico, dejé a mi existencia morir. Fueron segundos de no estar
conectada a la realidad, más que por mis ojos. No oía ni sentía. Por primera
vez, desde que hui de casa, estuve en paz. O al menos así lo creía al
recobrar todos mis sentidos y escuchar por la radio: “Hombre caucásico de
cuarenta años es encontrado muerto en el callejón S. Las primeras hipótesis que
maneja la policía indican una disputa entre pandillas. Al parecer dicho hombre
se dedicaba a la trata de mujeres…”
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