14 febrero, 2010

Reviviendo la vida de alguien, que lastimosamente no conocí (tercera parte)

Elizabeth esperó a que se recuperara, y cuando lo hizo le dijo el porqué había hecho eso. Hernán, recordando esa noche, se quedó mudo. No quería hacerle ningún mal a su hijo, es por eso que a pesar de lo que había pasado, le dijo que quería cambiar.

Las palabras se las lleva el viento, eso dicen, y esto es lo que pasó con Hernán. Había tomado el camino de cambiar, pero no fue firme, no luchó lo suficiente por su hijo y por su esposa. Terminó cediendo a la droga, y ésta lo llevó a la depresión, por no poder dejar el vicio al cual se había metido.

Su esposa lo terminó dejando al enterarse finalmente que él se había dedicado al robo desde hacía muchos meses atrás. Hernán se hundió más y más. Ya casi no salía de la casa, que Elizabeth le había dejado, porque le había dicho que no quería que su hijo viviera en algo construido a base de delincuencia. Las pocas veces que salía era para robar y poder así sustentar su vicio. Entre esos robos, la policía ya lo había identificado, y en un intento de atraparlo fugó asesinando a uno de ellos.

Los periódicos le dedicaban primeras planas. Y así es como su vida iba apagándose lenta y dolorosamente, hasta que un día la policía ubicó donde vivía y lo atrapó. La droga le había fundido el cerebro decía su abogado, que le asignaron, pero la muerte del policía influyó más en el juicio, y es así como lo condenaron a la silla eléctrica.

La prensa estuvo buscando por todas partes información de su vida, pero no la hallaron. Buscaron a su familia, pero ésta había desaparecido, y tampoco lograron encontrar a Elizabeth, quien viajó a otra ciudad para rehacer, con gran sufrimiento en su corazón, su vida.

Días antes de su encarcelamiento, ya sabiendo que lo encontrarían, Hernán le entregó a Elizabeth su diario, y le dijo que si algún día lo perdonaba lo entregara a su hijo, para que supiera de su padre. Y que le diga que desde antes que naciera lo amaba demasiado, y que también lo perdone.

Pues es así que Elizabeth, en la última fase de cáncer de páncreas, le dio a su hijo Jonathan, el diario de su padre. Éste lo recibió extrañado, ya que, ella le había dicho que su progenitor había muerto. Lo leyó y comprendió el sufrimiento que había pasado ella y su padre.

Y así es como vivió Hernán Gutierrez Espinosa, con su gran esperanza de surgir, que finalmente perdió. El hombre que no escatimó en hacer lo que sea por Elizabeth, aunque fuera errado lo que hiciera, aquel que lastimosamente no logré conocer. Y si tuviera oportunidad de verlo, haría lo que sea por esa dicha, porque ese hombre era mi padre.

No hay comentarios: