Geraldine
fue la primera chica a la que besé. Ya me había enamorado, pero jamás había
besado a alguien.
Éramos
amigos en el momento del beso. Fue inesperado: me acerqué a ella para recoger
mi lápiz del suelo, ella cerró sus ojos, se acercó y nuestros labios se
juntaron. Cuando nos separamos ella estaba sonrojada, yo sólo atiné a continuar
nuestra reunión de estudios.
Conocí a Lucio días después de haber cortado
mi relación de un año. Mi enamorado me había engañado con una de sus amigas. Me
sentía desolada y triste al principio, sin embargo con el tiempo desarrollé ira
hacia él.
Después de
ese repentino suceso seguimos viéndonos. Mayormente por motivos de estudio.
Estas reuniones de “estudio” eran
interrumpidas a menudo por alguna broma de ella, o cuando, naturalmente surgía
un tema de conversación y hablábamos de la vida, los amigos, la familia y el
amor. Aunque siempre yo ponía poco interés en este último tema. Tenía miedo a
ser rechazado.
Muchas veces nos reunimos a estudiar. Él
quería que le explicara algunos ejercicios que no había entendido. Al principio
creí que tenía otras intenciones. Pensé
que quería algo pasajero conmigo. Lo pensé aún más cuando se acercó a besarme y
yo permití ese dulce instante. Pero entonces sucedió algo extraño: nunca hablamos
del beso. En cambio empezamos a conocernos mejor. Nuestros logros, nuestros
fracasos, nuestros sueños, nuestros miedos. Estábamos deseosos de aprender uno
del otro.
Los días
más encantadores de mi vida se fueron rápido. La relatividad del tiempo ¿no? Me sentí optimista todo el tiempo que pasé con
ella, a pesar de que iba mal en las asignaturas en la Universidad. Pero, todo
ese ambiente alegre y despreocupado duró unas semanas. Mi padre se enteró de lo
mal que iba de la Universidad. Me advirtió que debía mejorar mis notas o si no
me iría a trabajar con él a las afueras de la ciudad. Entonces le propuse que
mejoraría mis notas y además conseguiría un trabajo. Me dijo: “Paso a paso,
muchacho. Demuéstrame lo primero”
Empecé a ver a Lucio como un chico
interesante, comprensivo y amable. Empecé a sentirme a gusto con él. Sin embargo
este sentimiento de tranquilidad empezó a cambiar, gradualmente. Estaba
enamorándome. Sentía celos, le preguntaba qué es lo que había hecho en el día,
y con quién había estado. Y aun así sentía que todo fluía de maravilla entre
nosotros. Esos fueron los días más encantadores de mi vida.
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