15 septiembre, 2009

Quizá (séptima parte)

Esto quizá sea lo último que escriba o, quizá les escriba en sueños, no lo sé...
Veía las nubes en un cielo que siempre lo noté como el mismo, nunca entendí a esos sentimentalistas que decían que el firmamento era distinto a cada hora.
Les pregunto: ¿Alguna vez le han prestado atención al sonido del motor de los aviones, cuando despegan, cuando aterrizan? Yo sí, y siempre me gustó ese melodioso ritmo.
Siempre cuando viajaba me gustaba tomar una foto a lo primero que veía, muchas veces había fotografiado a la aeromoza, pero esta vez me demoré unos segundos en tomar la foto y lo que capté fue a un policía que me impresionó, sabía que él también estaba atado a la sociedad, así que decidí hacerme amigo de él, y ayudarlo, liberarlo.
Necesité tres semanas y mucho dinero para que me ayudara en mi plan, éste era simple: Un lunes, entraría a la casa de una joven pareja con un permiso especial para registrar la casa, yo lo acompañaría como compañero de trabajo, además de portar una máscara antigas, para que no me pudieran ver el rostro. Pero, para eso debíamos saber a qué hora los dos estarían en casa. Finalmente después de dos semanas más, supimos que los lunes se encontraban en su dulce hogar a las nueve de la noche.
El día ansiado llegó y César al llegar, me preguntó si no íbamos a correr muchos riesgos, fue en ese preciso instante que vi en sus ojos miedo, un maldito sentimiento que arrojaba su ser, yo no lo podía tolerar, él aún no estaba dispuesto a ser libre.
Le dije que sólo sería una broma, él asintió con la cabeza y tocó la puerta, una chica con curvas delineadas nos pregunto qué se nos ofrecía. Y allí fue que se me presentó uno de los últimos rezagos de sentimiento, las lágrimas empezaron a brotar, pero me pude contener viendo a César sacar el permiso. Entramos, fingí que revisaba la casa y me fui a su habitación, la pareja me siguió con César, el plan estaba resultando, pero con una modificación a último minuto...
Les dije a la pareja que pusieran sus manos sobre el tubo de metal que estaba a lado de su cama, ellos obedecieron sin objetar, pero con miedo, se habían vuelto sirvientes de la moral, me daban lástima. De una bolsa que llevaba saqué dos esposas y se las coloqué dejándolos sin poder librarse del tubo. Al momento mi “colega” me recriminó: “Ya bueno, fue un buen susto, vámo...” No le dejé terminar la frase, dos balas fueron suficientes. Sabía que no necesitaba explicarle por qué lo había hecho, así que las balas fueron para matar al instante. Después volví con la pareja y les ordené con tono formal: “Preséntense, digan sus nombres” Con temor me contestaron: “Juan Torres Jiménez” “...y Erika Villalobos Bazán”
Me saqué la máscara antigás, le di tres balazos en la cabeza a Juan, luego me dirigí a Erika, la estreché entre mis brazos, ella se retorcía, la besé y me mordió, y con gesto de sonrisa, pero sin sentimiento alguno en ese momento, le dije: Ya no te amo. Y le disparé. Sólo una bala necesitó ese cuerpo para dejar de segregar existencia.
Y bueno, eso fue lo que hice desde que conocí a la chica que quise, amé, lloré, odié, y maté... Quizá alguien me guarde en su memoria o quizá no.
Esto es lo último, ya llamé a la policía, vendrán pronto, además de los periodistas, un triple asesinato no es nada despreciable en un titular, bueno tengo que aclararles que el “destino” es mi otro yo, es por eso que siempre puse comillas, ese otro yo que siempre quiso ser libre, que escribió esto, que mantiene en estos momentos un arma en su cabeza, que jalará el gatillo y que aun así, quizá se mantenga vivo en estas palabras, quizá.

No hay comentarios: