“Estas
personas tienen personalidades marcadas” pensó Ernesto. “El joven de mi lado
está vestido con una camisa celeste, un jean, zapatillas. Supongo que es
estudiante, pero de los poco habladores. El de la última fila, con un traje
gris, pero sin corbata. Quizás sea un joven trabajador, aunque parece un niño
con su actitud. La mujer grosera, tiene un vestido negro y lentes oscuros.
Puede que venga de un entierro. Y por último la otra mujer, está vestida con un
polo y un buzo azul, ambos con una insignia de un colegio y su cabello está
recogido con una coleta. Es la más ecuánime, o al menos eso me parece.”
Ernesto
pudo haber seguido pensando en más detalles, empero la publicidad de un tarro
de leche sin lactosa, lo hizo cambiar de pensamiento, llevándolo a recordar a
su madre, en el dinero y finalmente en su trabajo. ¡En su trabajo! Ya había
pasado demasiado tiempo desde que él estaba sentado, así que observó
detenidamente a través de su ventana, y se dio cuenta de que no lograba
identificar los edificios que allí veía. Miró su reloj, el cual… ¡se había
detenido!
Espantado
por el hecho de no saber si llegaría a su trabajo a tiempo, fue a preguntarle
al chofer:
- Señor,
¿podría decirme en qué parte estamos? Y ¿qué hora es?
- Cállese
y relájese. Todavía queda un largo tramo – le respondió con una sonrisa un
tanto malévola.
- Sí,
cálmate, el camino es largo – le dijo, el joven de traje gris.
- A menos
que quieras saltar – dijo riéndose la señora de vestido negro.
- No se
comporten así. Ustedes dos, I… y G… - un
nuevo claxon interrumpió, esta vez, las palabras de la joven de buzo azul.
“Ahora se
conocen. No entiendo. Necesito bajar, pero ese maldito chofer…”
- Oye, F…
deberíamos decirle qué sucede – dijo T. dirigiéndose a la joven de polo azul.
Empero, esta vez no hubo ningún claxon, simplemente hubo silencio.
- Nadie le
va a decir nada, porque no hay sentido en tal acción. Como no hay sentido en
nuestras palabras amontonadas una tras otra – dijo el chofer.
- ¡¿De qué
rayos están hablando?! ¡Quiero bajar! – gritó molesto Ernesto.
- Bajarás
cuando D… detenga el autobús – respondió I. Y nuevamente no se oyó el nombre.
- Perderé
el empleo. ¡Maldita sea!... Por favor déjenme bajar – terminó suplicando
Ernesto.
- Te
repito que cuando D. detenga el autobús.
- ¿Y
cuándo será eso?
- Cuando
despiertes – y empezaron a reír al unísono, mientras Ernesto empezaba a sentir
su almohada, sus sábanas y finalmente cogía su celular, para comprobar que el
reloj marcaba las once a.m. ¡Tres horas de retraso!
( comunidad PTB )
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