“Si existiese un medio para llegar más deprisa ya estaría contigo. Amigo mío llévame lo más rápido que puedas, te lo ruego.” Pensó Enrique cuando se prestaba a montar su caballo.
- ¡Ten
mucho cuidado! – gritó su madre cuando él ya se perdía entre la arboleda.
“No debes
casarte con ese hombre, no debes. Tengo que impedir que destruyas tu vida”
El caballo
parecía tener la misma convicción que el joven. En tramos en los que, cualquier
otro, hubiese retrocedido, dudado, el equino sorteaba los obstáculos sin
vacilar.
“Te debo
mucho, querido compañero, no me defraudes. No defraudes a la mujer que amo”
El caballo
relinchaba, como asintiendo, el joven se llenaba de esperanza.
Y mientras
el galopar frenético del animal rompía con la tranquilidad del camino, la mujer
a la que Enrique amaba, se empezaba a vestir para su boda. Aún quedaba media
hora para que el joven llegara.
- Mujer,
apúrate, después de la boda hay mucho por hacer – le increpó el viejo Bernardo
a su joven prometida.
El viejo
Bernardo, había amasado una fortuna con el robo de propiedades en muchas
localidades a lo largo del país. Tenía mucho dinero y sobre todo, tenía mucho
poder. Lo único a lo que le temía era a quedarse sólo. Por ello buscó a una bella
joven. Y encontró a la mujer que amaba Enrique. Sabía que los dos se querían. Así
que maquinó la forma en la que los separaría: con sus artimañas logró quitarle
el pequeño terreno a su familia. Fue entonces que pidió la mano de la joven. Su
familia, aun así se opuso. Ella, sin embargo, viendo el dolor de sus hermanos y
padres, decidió aceptar.
- Ya.
Vamos – dijo furioso, agarrando del brazo a la joven. Él ya sabía que Enrique
estaba por llegar y no quería que su prometida viera lo que estaba por suceder.
Y él llegó
a la entrada del pueblo, donde lo esperaban matones del viejo Bernardo. Eran
cinco, cada uno con una caja de madera en sus manos. La boda ya se celebraba en
esos momentos.
- Nuestro
patrón dice que debemos arrojarte estas cajas… ¿qué contienen?, te preguntarás…
ahora lo averiguaremos todos – y al decir esto último todos empezaron a tirar
las cajas hacia el joven y su caballo.
Los ojos
del equino se agrandaron, sus movimientos se volvieron frenéticos. El joven
comprendió, al ver el contenido de las cajas, el porqué de la locura del
animal. Intentó calmarlo, pero era imposible. Terminó cayendo con violencia,
rompiéndose la cabeza en una piedra. Después de esto, las serpientes empezaron
a perderse entre la maleza del camino, llevándose las esperanzas del joven.
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