Era un
hombre correcto. Así podría resumir su vida en una frase. Trabajaba en las
mañanas y en las tardes y las noches las usaba para acompañar a su madre
enferma. Esta rutina solamente se alteraba cuando ella tenía cita con el doctor.
Su casa
era como cualquier otra del barrio, todas eran prefabricadas, de color
verdusco. Pertenecían al grupo de personas privilegiadas de haber obtenido un
hogar rápidamente luego del devastador terremoto. Un hecho fatídico que se
llevó a miles de familias.
Fue un
milagro el que Javier y su madre sufrieran solamente heridas leves luego del
traumático suceso. Y fue mucha la buena suerte del joven, de ser de los pocos
en conseguir trabajo de inmediato. Una labor muy mal pagada, por el contexto de
la tragedia, pero que le daba lo necesario para subsistir.
En aquel
trabajo conoció a dos ex convictos, quienes habían comenzado una nueva vida,
dejando atrás la delincuencia. Ellos eran buenos en su faena: retirar
escombros, y lo hacían con gran habilidad. Eran respetados en el barrio, pero
se sabía que tenían rencillas con drogadictos y alcohólicos. Así que, a pesar
de ayudar a la comunidad, la gente no se relacionaba con ellos. La única
persona que mantenía conversaciones no laborales con ellos era Javier. El motivo
de esta relación era que el joven no veía ningún motivo para no darles una
oportunidad de reintegrarse a la sociedad. Sentía la obligación de ser un buen
ciudadano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario