Dejaba ese
mensaje en su diario. No tenía idea cuándo lo leerían o si alguna vez lo harían.
Todo lo dejaba a la suerte. Pero, ¿por qué dejaba un mensaje tan importante al
azar?
- Porque
me gusta pensar que jodo al destino, y no al revés.
- Se me
hace muy tedioso pensar en ello. Destino, Dios, religión, casualidad. Prefiero
actuar y no pensar en algo superior.
- ¿Y en
los momentos deplorables, en los que sientes que se te desgarra el pecho? ¿A
quién acudes?
- A mí. A
mi familia. A mis amigos.
- Tampoco
creo en un dios, pero creo que hay algo ahí. Destino lo llamo. Yo recurro a él
para mofarme de mis desgracias. Le digo: “Esta vez ganas, pero espera que yo te
regresaré el favor”
- ¿Y por
ello lo dejas al azar?
- Si mis
palabras tienen que ser leídas, el destino se encargará de hacerlo. No quiero
hacer su trabajo sucio. Si ya me fregó la vida, pues ahora yo le molestaré un
poquito.
- Te has
encerrado tanto en ese “estilo de vida” que dejaste de vivir apropiadamente.
- ¿Sabes
vivir apropiadamente? ¿Qué es eso?
- Sin
obsesionarse. Relacionándote con los demás y no solamente dejando que se
consuman tus días como tu puto cigarro.
- No te
metas con él…
- ¡Por su
culpa!
- La culpa
es mía, no de él. Me gusta fumar, me gustar hacer aros. Me gusta el tabaco. Me
gusta hacerlo en la mañana antes de desayunar. En los descansos del trabajo. Y
especialmente, amo salir en la madrugada, sentir esa brisa helada, y sacar un
par de ellos.
- Me
hubiese gustado hablar contigo más tiempo. Tengo que irme… creo aún que
deberías decírselo a tus padres…
- Sí, sí,
adiós. Cuídate.
Fue el
humo del cigarro el que despidió al amigo.
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